Para los que se sienten llamados... por el Señor a este tipo de vida tenemos un tiempo de discernimiento que toma al menos un año. Durante este lapso el interesado debe visitar el monasterio, varias veces si es posible, para hacer retiro y conversar con el director de vocaciones. Este acercamiento personal es el más indicado para que el interesado conozca nuestra vida y nosotros lo conozcamos a él, aunque el contacto por cartas o correo-e es también útil.
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Las visitas al monasterio, en la medida en que éstas se den, significan un progresivo acercamiento a la comunidad que comienza en la hospedería, para eventualmente el interesado llegar a alojarse en un lugar dentro de la clausura, pero sin todavía llegar a compartir del todo con la comunidad.
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Si a través de ese año se van encontrando señales claras de que el Señor puede estarlo llamando a esta vida, se puede proceder a hacer un examen psicológico y a recabar recomendaciones; preparando de esta manera una prueba en el monasterio que por lo general dura tres meses.
Durante el tiempo de esa prueba el aspirante vive con la comunidad y comparte sus trabajos, y así podrá conocer más de adentro la vida monástica. Al concluir esa prueba junto con el candidato vemos si entra como postulante.
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En todo el proceso uno de los puntos importantes para llegar a conocer la voluntad de Dios es la apertura. El candidato debe poder llegar a abrir su corazón, de manera que tanto él mismo como los encargados en la comunidad puedan ir reconociendo las semillas que Dios ha ido plantando en él. El proceso es a veces difícil puesto que también hay que llevar a la luz las áreas oscuras de la propia experiencia, con mucha humildad y en la perspectiva de la conversión. En esto el candidato va ejercitándose ya en lo que S. Benito pide de todos los monjes.
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Para poder adentrarse seriamente en la vocación monástica el interesado debe haber llevado la vida cristiana, con todas sus implicaciones morales, por un período importante de tiempo. Esto incluye una vida célibe, y libre de adicción al alcohol y del uso de drogas.
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El postulantado dura un año. Después de este período sigue el noviciado, que tiene una duración de dos años. Al final de este tiempo el novicio puede pedir la profesión temporal, petición que la comunidad aceptará o no por medio de un voto.
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La profesión temporal es por un mínimo de tres años, y la persona se compromete con los votos de estabilidad, conversión de vida y obediencia. Estos votos son los de la Regla de S. Benito. Éstos pueden tomarse por tres años juntos, o por un año, renovándolos un mínimo de dos veces.
La estabilidad implica el compromiso con la comunidad concreta en la que se vive; de manera que el profeso no puede ser cambiado a otra comunidad sin un proceso que no se da a menudo. Esto es una de las cosas que distinguen a las órdenes monásticas, formadas por comunidades autónomas, de las centralizadas (como los dominicos o franciscanos).
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El voto de conversión de vida compromete al monje a un abandono constante de las formas propias del mundo del pecado para seguir acercándose a Dios en una entrega radical en la que se renuncia incluso a cosas buenas en sí. Este voto lleva consigo el de pobreza y castidad.
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La pobreza se interpreta como que el monje no debe considerar algo como propio y debe esperarlo todo de la comunidad; ésta, sin embargo, puede tener todo lo necesario para que se pueda vivir la vocación como lo indica la Regla. La castidad compromete a una entrega total y exclusiva a Dios, lo que implica la renuncia de toda actividad sexual; el voto de obediencia es el compromiso de obedecer a los superiores del monasterio en todo lo que ellos legítimamente manden. Tanto la pobreza, la obediencia como la castidad implican un profundo desprendimiento y una profunda libertad.
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Después de ese lapso de, al menos tres años, el profeso temporal puede pedir hacer los votos solemnes —consagración de por vida— a lo que la comunidad tendrá que responder con una votación. Con esta consagración definitiva, la persona asume el yugo suave y la carga ligera, que es un verdadero camino de liberación. Vivido en la fidelidad este camino nos permite correr cada vez con mayor ligereza al encuentro de Cristo, con el “corazón dilatado” (como dice S. Benito) por la humildad vivida en la caridad.
La edad mínima para entrar es 21 años, la máxima 40.