NUESTRA FORMA DE VIDA
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Nuestra vida es monástica, comunitaria y contemplativa. Monástica por su énfasis en la soledad y el silencio, comunitaria porque compartimos todas las actividades diarias, contemplativa porque por una parte no tenemos responsabilidades pastorales externas (parroquias, colegios etc.), pero más importante aún, porque el centro de nuestra vida es la oración, personal o litúrgica, que tratamos de extender a lo largo del día.
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Nuestra vida se constituye en un equilibrio entre la oración, sea litúrgica (Oficio Divino) o personal, la lectura espiritual —que llamamos Lectio Divina— y el trabajo, preferentemente manual. El que se sienta llamado a esta vida debe tener o desarrollar un gusto por estos pilares de nuestra vida comunitaria contemplativa.
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Características de la vida cisterciense, como ya indicamos, son la soledad y el silencio, a través de ambos tratamos de mantenernos siempre en la presencia de Dios, orar en todo momento como nos recomienda San Pablo[1]. La soledad se expresa en la clausura —que es relativa pero real— que nos separa del mundo exterior y que también incluye un cierto nivel de soledad personal dentro del monasterio. El silencio también es relativo, pero exige abstenernos de hablar en ciertos lugares y durante ciertas horas; implica que en el monasterio debe prevalecer un clima de tranquilidad propicio al recogimiento y la oración que fomentan la comunión entre hermanos.
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Hoy en día los diálogos, de toda la comunidad o parte de ella, forman un elemento importante de nuestra dinámica comunitaria y una vez al mes tenemos una “cena informal” durante la cual hablamos; el sentido es llegar a conocernos mejor y fomentar así la fraternidad. De cuando en cuando vemos algún DVD con tema religioso.
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Nos levantamos en la madrugada (3:40) para alabar al Señor en la oración litúrgica de Vigilias, en ella leemos salmos y escuchamos lecturas en un ambiente de tranquilidad y recogimiento que es muy importante para la vida contemplativa. Después de esta oración hay un tiempo de meditación, seguido del desayuno –en silencio, como todas nuestras comidas-, luego tiempo para la Lectio Divina y, al amanecer (6:40), nos reunimos para la oración litúrgica de Laudes, que rezamos integrada con la celebración de la Eucaristía, excepto los domingos, en que la Misa se celebra a las 10 a.m.
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Antes de comenzar el trabajo del día nos reunimos para rezar Tercia. El trabajo de la mañana, normalmente en torrefacción de café o el campo, va de las 8:05 hasta las 11:45. A las 12:15 rezamos Sexta y después almorzamos; luego podemos dormir siesta hasta las 2:10 y antes de comenzar las actividades de la tarde rezamos Nona, que junto a Tercia y Sexta, son lo que se llaman las “horas menores” del Oficio Divino.
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En la tarde hay tiempo para clases o estudio algunos días a la semana, o trabajo que puede ser dentro de la casa o en torrefacción. A las 5:30 nos reunimos para el oficio de Vísperas, que es seguido por un tiempo de meditación y la cena. Después hay más tiempo para la Lectio Divina y a las 8:00 rezamos la última oración litúrgica del día: Completas.
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[1] 1 Ts. 5, 17.