El Salvador.
- Monjes Trapenses
- 15 ene 2020
- 1 Min. de lectura

Evangelio según San Marcos 1,40-45.
Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio". Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Meditación:
Hay una tensión en la vida de Jesús entre las necesidades de lo inmediato su misión de largo plazo. Se conmueve lógicamente ante el dolor del leproso y lo sana, porque sanar –en el sentido más profundo y trascendente- es la misión que el Padre le ha encomendado, pero esto genera un problema: cuando el leproso entusiasmado –como no- por su curación propaga al noticia, él ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, cosa que para él era importante para llevar adelante el mensaje del perdón de Dios.
Jesús no es simplemente un “hacedor de milagros” o un predicador, sino en su propia realidad humano-divina, el Salvador que entrega su propia vida por la liberación definitiva de la humanidad, la cual sin embargo necesita aceptarla para hacerla efectiva en la propia vida.
P. Plácido Álvarez.
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