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Manifestación del Mesías niño.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 28 dic 2018
  • 2 Min. de lectura



Evangelio según San Lucas 2, 22-35.


Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».


Reflexión:

En Jesús se cumplen todas las leyes de Israel, María y José como fieles judíos hacen lo que correspondía y así queda claramente establecida la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; el Señor es recibido en el Templo –expresión máxima de la religión de Israel- no sólo para cumplir con los ritos establecidos de consagración sino también para recibir la palabra profética de confirmación de las promesas. Simeón proclama la misión del niño Mesías: salvación, gloria del pueblo de Israel y luz para los paganos, a la vez que signo de contradicción que conlleva sufrimiento; se refleja en María la cruz.

Nosotros no somos ajenos a esta manifestación, no la contemplamos desde lejos sino que somos partícipes de esta transformación que comienza a darse con el nacimiento y consagración del Mesías. Reconocemos al Mesías y damos gracias por él sabiendo que la adhesión a él conlleva exigencias y también liberación, encuentro con la luz.

P. Plácido Álvarez.

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