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Adoración, materia y espíritu

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 22 may 2019
  • 2 Min. de lectura

Solemnidad de la dedicación de nuestra iglesia.


22 de mayo del 2.019


¿Qué celebramos con la dedicación de una iglesia, particularmente la de nuestra iglesia monástica? La dedicación o consagración de una iglesia no se trata sólo de apartar un lugar para la oración exclusivamente, como por ejemplo lo pide San Benito[1], es algo más, es espiritual, es proclamar y celebrar que este espacio pertenece a Dios de forma particular; en él Dios quiere manifestarse en forma especial y a través de la comunidad monástica que ora en él.

Lo espiritual y lo material se compenetran para manifestar la gloria de Dios y su salvación; es lo que sucede en la persona de Cristo, y ese es el sentido más profundo de nuestra fe: la creación manifiesta plenamente la gloria de Dios gracias a Cristo[2]. Así la relación entre el templo y Cristo, tal como se revela en el evangelio de Juan, resulta comprensible; en Cristo reside y se lleva a plenitud lo que el templo significaba. Así se pueden entender los sacramentos y los sacramentales: en la capacidad que tiene la materia para transmitir la gracia cuando la materia es asumida plenamente por Dios, como en Cristo verdadero Dios, y se convierten en vehículos de la gracia con diferentes dimensiones e intensidades, si se tiene fe.

La veneración de imágenes, que a veces nos es tan criticada, se basa en el mismo principio; la materia consagrada a Dios o bendita puede transmitir la gracia para quien tiene fe.

Es un salto espiritual muy significativo propio del cristianismo centrado en la encarnación; el culto auténtico se centra en Cristo quien puede manifestarse a nosotros en la realidad material de una iglesia, más importante aún, se manifiesta en la comunidad que se reúne en este lugar, compuesta por piedras preciosas escogidas en el don de la fe y en la vocación monástica. Somos piedras preciosas no porque seamos perfectos sino porque hemos sido escogidos.

Hemos sido llamados de las tinieblas a la luz admirable, y eso debe manifestarse en nosotros como Cuerpo de Cristo, a Él pertenecemos, de Él formamos parte. Debemos estar convencidos de que esa luz existe y está actuando en nosotros, muy a pesar de todo. Dios no abandona lo que ha creado, no nos abandona, más aún, nos auxilia constantemente y el edificio consagrado al culto divino es uno de esos auxilios.

Demos gracias a Dios por este don y utilicemoslo como corresponde a nuestra vida monástica, para nuestra salvación y santificación y para la de todo el mundo, en especial Venezuela, manifestando la presencia de Dios entre los hombres en su culmen de la liturgia y de la Eucaristía.

P. Plácido Álvarez.

[1] Regla de San Benito, capítulo 52.

[2] Cf. Col. 2, 9-10.

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