Agradecimiento.

Domingo 28.

Segundo Libro de los Reyes 5,14-17.

Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 2,8-13.

Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Los seres humanos buscamos una vida feliz pero para tenerla es preciso dejar algunas cosas de lado, pero esto no se entiende con facilidad hoy. Dejar de lado las actitudes y acciones que no nos permiten asumir el camino correcto no atrae porque no se reconoce el camino; necesitamos purificarnos y Jesús es el único que puede hacerlo, pero tenemos que permitirlo. Y no hay verdadera purificación sin agradecimiento, que es la expresión de la liberación recibida y reconocida.

El sirio –jefe militar-, a quien el profeta sana, aprende humildad y obediencia al verdadero Dios desde su necesidad. Desde ese punto partimos nosotros, seres constitutivamente frágiles. Debemos de tratar de reconocer nuestra “lepra”, nuestra debilidad, nuestra necesidad, para ir hacia una “tierra” de la que queremos ser parte, es la “tierra” de Dios, su morada. Para quedar “limpios” necesitamos ir hacia donde podemos ser sanados y aceptar lo que se nos da.

La muerte y resurrección del Señor abre el “espacio” para una nueva tierra, una nueva vida relacionada al Señor a quien San Pablo predica. Si hemos muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él. La acción de gracias nos enraíza; la acción de gracias responde a la palabra del Señor que dice: Levántate y vete, tu fe te ha salvado. Y nos levantamos para seguir adelante en el camino que el Señor nos ha trazado.

Hemos sido liberados para una tarea que realizamos con ánimo y dedicación, si nos conformamos con Cristo en su muerte y resurrección, y si nos acordamos de él y de la buena noticia. El altar en el que celebramos esta Eucaristía es como la “tierra” que el Señor nos regla y en la que él se manifiesta y se nos da de forma muy personal, y no renegará de nosotros si nos mantenemos fieles.

P. Plácido Álvarez.