Domingo 25 ordinario.
Libro de Isaías 55,6-9.
Salmo 145(144),2-3.8-9.17-18.
Carta de San Pablo a los Filipenses 1,20c-24.27a.
Evangelio según San Mateo 20,1-16a.
Las lecturas de hoy son de gran densidad y pueden tocarnos más directamente a los monjes, aunque evidentemente no sólo a nosotros.
¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca! nos dice el profeta Isaías. Es esencial para el monje esta búsqueda, intensa como es, con la conciencia de que está cerca de nosotros. Si buscamos es porque de alguna manera hemos encontrado a Aquél que nos ha buscado, la tradición espiritual de la Iglesia nos lo dice.
Parte de ese encuentro es la experiencia de la compasión que Dios nos tiene y que nos impulsa en el camino, uno en el que el pensamiento de Dios supera el nuestro; su camino lleva a lo alto de una manera para nosotros inconcebible en la persona de Jesús, don absoluto de perdón y de gloria para nosotros.
El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas, esto es nuestro consuelo y la garantía de nuestra vida; Dios se interesa por nosotros y desea nuestra salvación.
Esto y la absoluta pertenencia a Cristo es lo que San Pablo expresa en su Carta a los Filipenses. La clave está en la glorificación de nuestro cuerpo, de la que él está seguro; es necesario profundizar en lo que esto significa, no solo como esperanza de la resurrección sino también para el presente, qué significa la pertenencia absoluta al Señor, entonces en la medida de nuestra entrega, se refleja su gloria no la nuestra, que no la tenemos sino en él, pero para esto es necesario como San Pablo dice, perseverar en un mismo espíritu, luchando de común acuerdo y con un solo corazón por la fe del Evangelio.
De común acuerdo es un tema de vital importancia en la Regla de San Benito, como bien sabemos, ir todos juntos a la vida eterna, nos dice en el capítulo 72. Sabemos también que ese es el punto que el enemigo ataca de preferencia, por lo tanto la importancia de nuestra vigilancia al respecto. Y desde luego, no sólo en la comunidad monástica sino en la Iglesia toda.
El evangelio también nos anima a la confianza; incluso si somos los últimos lo que importa es el don de Dios, su elección que a veces es incomprensible para nosotros, pero es siempre para dar vida.
El sacramentó que celebramos es el de la comunión, de la común unión, el de la mutua pertenencia, a Cristo y entre nosotros, para nuestra salvación y la del mundo.
P. Plácido Álvarez.
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