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Foto del escritorMonjes Trapenses

Conversión a la paz.



Domingo 27 ordinario.

4 de octubre del 2020.

Libro de Isaías 5,1-7.

Salmo 80(79),9.12.13-14.15-16.19-20.

Carta de San Pablo a los Filipenses 4,6-9.

Evangelio según San Mateo 21,33-43.

El texto del evangelio de hoy nos muestra a Jesús enfrenado con los fariseos, saduceos y todos aquellos que se han resistido a escuchar a los profetas que les exigían un cambio en nombre de Dios. La resistencia fue feroz –es lo que las imágenes de la parábola nos muestran- y es la misma ferocidad que lleva a Jesús a la muerte. La Palabra de Dios siempre está activa y con Jesús esa Palabra se ha hecho carne y es en su persona que nos ofrece la salvación, pero ésta requiere la conversión que enfrenta una feroz oposición, incluso en nuestros propios corazones.

Lo que Dios quiere nos lo dice el profeta Isaías: equidad y justicia, pero en ese pasado remoto la respuesta humana a Dios es sangre y destrucción; juzguemos si hoy es tan diferente.

Sin embargo San Pablo nos dice algo fundamental: No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.

Estamos en tiempos difíciles, sin duda; hay que asumirlos como tiempos de crecimiento en la fe. Quizás nosotros, como la humanidad toda, ha puesto demasiada confianza en sus propias fuerzas, en su creatividad y el propio discernimiento, pero ha perdido el punto de referencia necesario para discernir y ha asumido un camino que nos va hundiendo en el caos.

La oración que recomienda San Pablo, junto con la acción de gracias, es esencial para escuchar realmente y así ponernos en contacto con la Palabra de Dios que nos trae paz.

No podemos ser ingenuos y pensar con mentalidad mundana que todo va a estar bien, en el mundo las cosas pueden ir muy mal, razón para orar más y entregarnos sin reservas a la conversión en la realidad que se desarrolla, sabiendo que en todo interviene Dios para el bien de quienes lo aman. Jesús murió en la cruz, pero resucitó.

Nos ponemos en manos de quien ha muerto y resucitado, con confianza que es él quien tiene la última palabra con respecto a la vida, pero asumimos el trabajo constante que nos toca desde nuestra vocación: la oración, la sencillez, el trabajo, la paz; a los ojos del mundo esto puede parecer poco, pero es un contraste con lo que proponen y ese contraste vale.

P. Plácido Álvarez.

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