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Dichosos.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 11 jul 2019
  • 4 Min. de lectura


Solemnidad de San Benito.


Proverbios 2, 1-9.

Efesios 4, 1-6.

Mateo 5, 1-12.


La escogencia de las bienaventuranzas como evangelio para esta solemnidad de San Benito, patriarca de los monjes de Occidente, plantea a nuestra consideración cuál es el camino de la felicidad. Una y otra vez repite felices, dichosos o bienaventurados. Y este camino de felicidad no es el que el mundo propone, sin embargo es el que San Benito quiere encarnar en la vida monástica.

Estamos en un camino de mucha radicalidad en el cual Dios nos ofrece la felicidad, pero para entender esto tenemos que entenderlo a Él en la persona de Cristo, quien encarna todo lo que este texto presenta. Y el camino es conformarnos a él.

Es necesario prestar oído a la sabiduría e inclinar el corazón para entender. Esto no es especulación intelectual sino la apertura a una experiencia que después purificamos, objetivamos y desarrollamos con el uso de la razón en la comunidad que es la Iglesia, y en nuestro caso la comunidad monástica. Esta escucha y asentimiento nos abren las perspectivas que nos permiten entender la felicidad que fluye de las actitudes y acciones que el texto evangélico expone y también las que menciona San Pablo.

San Pablo nos habla del Espíritu de quien se alimentan la fe, la esperanza y el amor; éstas nos llevan a la unidad que manifiestan la presencia de Dios, pero hace falta la humildad para recibir ese alimento, y la humildad lleva consigo la mansedumbre y la paciencia.

¿Qué nos hace comprometernos con la vida monástica? En definitiva tiene que ser la persona de Cristo mismo, pero también la búsqueda de una difícil felicidad[1] que sabemos sólo podemos encontrar en él y que pasa por una transformación radical de vida que las bienaventuranzas iluminan.

La felicidad brota de la misericordia y de un corazón puro, dos elementos que se han enfatizado tanto en la vida monástica; la misericordia a su vez va de la mano con la paciencia y la mansedumbre que surgen de un conocimiento de sí mismo[2] como alguien necesitado de comprensión y perdón; todas estas cosas se mueven en el ámbito de la humildad, que como bien sabemos es tan central a la espiritualidad de San Benito.

El corazón puro es humilde, no tiene doblez[3] y busca siempre la paz[4], y no una paz fingida[5] o producto de un arreglo superficial, sino una profundamente arraigada en Dios.

Notemos algo muy importante, tanto en las bienaventuranzas como en la Regla de San Benito: la felicidad no está vinculada al poder, al tener, al figurar o aparentar, sino todo lo contrario a la sencillez y al despojamiento voluntario, y eso necesitamos concretarlo en nuestras vidas.

Necesitamos vivir la pequeñez y la fragilidad como camino de felicidad, porque asumir pequeñez y fragilidad es asumir la realidad y es la entrega a quien amamos desde esa realidad lo que nos da la felicidad, San Benito dice, bien lo sabemos: no anteponer nada al amor de Cristo[6]. En eso está la felicidad y ese amor desborda hacia todos los que nos rodean y a la creación entera.

La felicidad se arraiga en una esperanza invencible que surge de la fe en el amor de Dios que ha resucitado a Cristo de entre los muertos[7]. Y desechemos definitivamente la idea que la felicidad se da en un bienestar exterior, no: Felices los que son perseguidos por practicar la justicia; felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

Y la justicia no es aquí simplemente en el orden social sino primeramente en el personal, con una vida según Dios, que genera insultos y persecución; persecución de los demonios, según la tradición monástica, pero también de los humanos y de muchas maneras que no son siempre la opresión del estado o la sociedad en general, aunque todo esto se ha visto tantas veces.

La felicidad es siempre posible porque la da Dios y el corazón puro ve más allá de lo inmediato en su búsqueda constante de Dios. Queremos vivir días felices y además entrar en el Reino[8]; San Benito nos ofrece los instrumentos espirituales[9] para hacerlo acogiendo la gracia de Dios en una conversión continua.

Damos gracias a Dios por San Benito, por su ejemplo de vida y por su doctrina; él, movido por el Espíritu, nos ha dejado una herencia que mantiene hoy toda su frescura, y nuestra tarea es protegerla y desarrollarla en el contexto específico en el que hemos sido llamados a vivirla.

San Benito vivió en tiempos difíciles para Italia con las invasiones germánicas, sin embargo para él eso no significó un aminoramiento de su impulso espiritual; a nosotros también nos han tocado tiempos difíciles y eso no debe tampoco significar para nosotros el debilitamiento del impulso espiritual. Nos alegramos y regocijamos en el camino al que hemos sido llamados con la esperanza de alcanzar la vida eterna no anteponiendo nada a Cristo[10].

P. Plácido Álvarez.

[1] Regla de San Benito (RSB) Prólogo, 15.

[2] Cf. RSB Prólogo 37-38. 4, 57-58.

[3] Cf. RSB 4, 24.

[4] Cf. RSB Prólogo, 17.

[5] Cf. RSB 4, 25.

[6] RSB 4, 21.

[7] 1 Cor. 6, 14. Cf. 2 Cor. 4, 14. Ef. 1, 20.

[8] RSB Prólogo 21-22. 50.

[9] RSB 4, 75.

[10] Cf. RSB 72, 11-12.

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