Domingo 23 ordinario.
Libro de Ezequiel 33,7-9.
Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9.
Carta de San Pablo a los Romanos 13,8-10.
Evangelio según San Mateo 18, 15-20.
La corrección justa es un desafío perenne, es necesaria, es un deber difícil, pero en ella el amor debe jugar un papel fundamental; hay una advertencia severa para quien rechaza la corrección, pero también para quien no la hace.
En el mundo de hoy esto es más difícil aún, porque los parámetros morales se han deteriorado al punto que las pulsiones cambiantes de cada cual se convierten en los límites de la conducta y eso es caos, y el caos da paso a lo opuesto: el totalitarismo. Y en eso no hay amor.
¿Qué es lo que hace posible la aceptación de la corrección? La humildad, San Benito lo tiene muy claro; la salvación se acerca en la humildad y en la confianza en Dios, también en la disponibilidad para escuchar a la comunidad y el discernimiento que ella realiza.
Otro elemento fundamental, quizás más profundo aún, es el deseo de Dios, la búsqueda de Dios, eso es lo que nos abre a la realidad porque reduce nuestro ego al entrar progresivamente en el misterio de Dios.
El Señor ha dejado su Espíritu a la Iglesia para que ate y desate, para que basada en la Tradición y en el conocimiento de su persona, enfrente el desafío de los tiempos hasta el final; esto supone discernir entre el bien y el mal, y eso molesta a muchos, pero la realidad de la humanidad y de la divinidad no dependen de las pulsiones cambiantes, y es desde la realidad de Dios y de la humanidad creada que se disciernen los tiempos y se ata y desata.
Nosotros tenemos que afianzarnos en la búsqueda de Dios en el amor, porque éste es la plenitud de la Ley, y el amor nunca hace mal al prójimo, y desde el amor se puede discernir con verdad y compasión.
Cada Eucaristía es una oportunidad para la conversión y el encuentro en un amor que salda todas las deudas; pidamos las conversión en el amor, Dios nos escucha.
P. Plácido Álvarez.
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