Segundo domingo de Adviento.
6 de diciembre del 2020.
Libro de Isaías 40,1-5.9-11.
Epístola I de San Pedro 3,8-14.
Evangelio según San Marcos 1,1-8.
El Adviento es un camino, camino de acercamiento del Señor a nosotros y de nuestro acercamiento a Él; este camino está íntimamente relacionado con el consuelo porque se nos anuncia que nuestro tiempo se ha cumplido y que veremos la gloria de Dios que se va a manifestar.
Las promesas están por cumplirse y entramos en una nueva etapa de las relaciones de Dios con la humanidad. Se abren sendas en el desierto, sendas de esperanza por la venida del Señor Liberador; la culpa se ha pagado, Cristo la paga.
Sin embargo, la consolación va de la mano con la conversión; la relación entre las dos la revela la carta de Pedro cuando dice: vivan todos unidos, compartan las preocupaciones de los demás, ámense como hermanos, sean misericordiosos y humildes. El consuelo brota de estas relaciones humanas transfiguradas.
Es el Espíritu Santo quien realiza esa obra en nosotros, mueve la conversión, obra la humildad y la misericordia que van a exigir bastante de nosotros, pero es el camino a la felicidad.
San Benito en su Regla cita el texto de San Pedro y modificándolo un poco pregunta quién es el que ama la vida y desea vivir días felices, y asume la propuesta del Apóstol. El que: guarda su lengua del mal y sus labios de palabras mentirosas; el que se aparta del mal y practica el bien; el que busca la paz y siga tras ella.
Hoy en día puede tener más eco en nosotros la exhortación a buscar la Paz y correr tras ella dada la situación del mundo, pero sabemos que difícilmente esa exhortación recibe una acogida generosa; el miedo influye mucho en este sentido por causa de falta de fe y de amor por la verdad.
Sólo la fe y el amor por la verdad van a llevarnos por el camino correcto, por el camino de la paz, y nosotros estamos llamados a transitar ese camino.
La expresión ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! hace un eco especial en la vida monástica porque desde sus inicios ella se ha identificado con la experiencia que el ser humano hace en el desierto, en la soledad, en todo aquello que le hace experimentar su pequeñez y su dependencia de Dios; pero también la vida monástica se ha entendido como camino de conversión y de esperanza.
Por otra parte ella ha sido identificada como un camino por el desierto y ella misma asume a San juan Bautista como primer monje, o arquetipo del monje, como quien prepara el camino del Señor. La conversión y la salvación que se gesta en el monje, él – a su manera - la anuncia para toda la humanidad que espera y anhela como él mismo. Su camino es un camino de humanidad y la beneficia a toda ella.
Vamos hacia el Señor de la gloria en un camino de conversión lleno de esperanza, para los monjes un camino en soledad y silencio pero de profunda comunión con la humanidad que se verifica en la Eucaristía, sacramento de participación y de unión.
P. Plácido Álvarez.
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