Domingo 28 ordinario.
11 de octubre del 2020
Libro de Isaías 25,6-10a.
Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6.
Carta de San Pablo a los Filipenses 4,12-14.19-20.
Evangelio según San Mateo 22,1-14.
Las lecturas reflejan la tensión entre la dificultad y la esperanza, una situación que resuena en nosotros. No queremos perder la esperanza y el profeta Isaías nos anima a ella. El Señor es el rey de la historia quien removerá el velo que oprime a las naciones, Dios enjugará nuestras lágrimas; con Cristo se cumple esta profecía y se abre una nueva etapa, en Cristo la muerte queda derrotada, tenemos que profundizar nuestra fe en este hecho. ¡Alegrémonos y regocijémonos de su salvación! Dice el profeta.
El salmo refuerza la misma realidad: Dios como pastor que nos conduce a través de las dificultades; hay mucha oscuridad y pasos difíciles pero hay confianza en Dios y su victoria definitiva y habitaremos en la casa del Señor por años sin término.
San Pablo nos habla de su propia experiencia y su actitud de fe ante la tribulación. Él depende de Dios que lo conforta en la dificultad, pero de todas maneras cuenta con el apoyo de la comunidad; por todo eso da gloria a Dios; nuestra total dependencia de Dios debe animarnos, lo que sucederá si nos damos realmente a la vida de la comunidad encontrando a Cristo en ella y trabajando en ella por nuestra salvación y la de todos.
La parábola de la fiesta en el evangelio nos dice que estamos invitados a participar en un matrimonio al que Dios llama, muchos han sido llamados a él pero no han respondido, le han dado prioridad a otras cosas o peor, lo mismo puede sucedernos a nosotros.
En primera instancia la parábola la dirige a sus contemporáneos en Israel, que son los primeros invitados al banquete prometido a sus antepasados, porque la boda es la del Hijo de Dios; el matrimonio entre cielo y tierra, está por realizarse pero ellos no aceptan la invitación.
La parábola también se aplica a nosotros. Hemos sido invitados al banquete en el don de la fe. No dejemos que las dificultades oscurezcan nuestra visión o nos hagan sordos a la invitación, no permitamos que nada nos desvíe de nuestro camino.
Sin embargo no basta sólo con responder, hay que hacerlo adecuadamente – con traje de fiesta-, tenemos que adecuarnos a las exigencias del rey. Al Reino vamos como a una celebración, no como a una comelata, por decirlo de otra manera. Se trata no de eso sino de una verdadera participación en el gozo del Rey y de su Hijo, con la actitud adecuada porque conocemos a quien nos invita y por qué lo hace, y estamos felices, incluso de cara a dificultades, que surgen inevitablemente.
Cada día es una invitación al Reino, cada Eucaristía lo es evidentemente, entonces nos ponemos la ropa de fiesta y así andamos por la vida, con Cristo y en él en la celebración que lleva a la vida eterna.
P. Plácido Álvarez.
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