El vacío y la esperanza.
- Monjes Trapenses
- 4 ago 2019
- 3 Min. de lectura

Domingo 18.
4 de agosto de 2019.
Cohélet 2, 1. 2, 21-23.
Colosenses 3, 1-5. 13-21.
Lc. 12, 13-21.
El libro del Eclesiastés o Cohélet, del cual está tomada la primera lectura, está entre los sapienciales del Antiguo Testamento pero se diferencia de ellos en medida significativa, aunque no absoluta, por su contenido. Como escuchamos es de una sabiduría que podría llamarse desilusionada de la existencia humana, una actitud no común en el Antiguo Testamento que está centrado en la promesa y la alianza de Dios. No trata del enigma del sufrimiento, como hace el libro de Job, sino de la vaciedad de las cosas, incluso aquellas que nos producen placer o bienestar material. Es lo propio de una reflexión acerca de la vida que deja a Dios en la periferia, no en el centro.
Que este libro se atribuya a Salomón tiene sentido, un hombre exitoso que al fin se da cuenta que la vida toda es un enigma en el cual el éxito no es solución. La cultura moderna está muy orientada al éxito, aunque a menudo se encuentre con el fracaso, y el Cohélet puede ayudarnos a tomar perspectiva. A la luz de Cristo las cosas se ven de diferente manera, la muerte, o el fracaso, puede convertirse en victoria, y el éxito en acumular en este mundo el vacío ante la muerte.
El contraste entre el Cohélet y la Carta a los Colosenses no puede ser más evidente; centrada en el Señor ella está impregnada positivamente del deseo que eleva al ser humano a la vida en Cristo que supera toda limitación humana. La carta asume la muerte como algo positivo, si bien está envuelta en una espera, en un ocultamiento, que es un proceso de purificación, pero que tiene una orientación clara y definida hacia Cristo y con él.
Uno de los obstáculos más importantes en este proceso es la idolatría implícita en la avaricia que la Carta a los Colosenses denuncia a la par que la parábola del Evangelio. Y no se trata sólo de la avaricia, que amarra angustiosamente al presente, sino de toda búsqueda de poder y placer, todo lo cual es una vanidad a la que la muerte pone punto final; esto lo entendió bien el Cohélet.
Para San Pablo, como para todo cristiano, la muerte no es punto final sino en el presente estímulo para buscar la verdad que está en Cristo, y en su llegada la entrada en la gloria, la visión de lo que se ha deseado y trabajado en esta vida.
En la vida presente estamos llamados a renovarnos constantemente según la imagen de nuestro Creador, a revestirnos del hombre nuevo en Cristo; en esto está el sentido de la vida presente y la fuente de una fuerza y una alegría imposibles de experimentar de otra manera. Hay más alegría en dar que en recibir, y dando llegamos a la plenitud, dándonos a nosotros mismos, presentándonos como ofrenda viva[1]
Cristo está presente y nos llama, nos pide tomar perspectiva, nos pide reflexionar y contemplar avanzando hacia el conocimiento perfecto, hacia el hombre nuevo conformándonos con él. El sacramento que celebramos es precisamente instrumento de esa presencia real que nos estimula y sostiene, que nos ilumina en la oscuridad de la vida y en la espera de la manifestación definitiva.
P. Plácido Álvarez.
[1] Cf. Romanos 12, 1.
Comments