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Fiesta y misericordia.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 15 sept 2019
  • 3 Min. de lectura


Domingo 24.


15 de septiembre de 2019.

Libro del Exodo 32,7-11.13-14.

Salmo 51(50),3-4.12-13.17.19.

Primera Carta de San Pablo a Timoteo 1,12-17.

Evangelio según San Lucas 15,1-32.

Somos un pueblo obstinado propenso a apartarnos rápidamente del camino de Dios, del camino de la vida verdadera; escogemos la muerte en la mentira y es necesario que alguien interceda por nosotros. En el caso de Israel en el desierto es Moisés quien intercede mostrando un compromiso irrevocable con su pueblo, y Dios lo escucha. En nuestro caso es Jesús quien intercede con un compromiso que revoca la muerte si nos acogemos a su vida.

Dios en la persona de Jesús nos muestra la misma misericordia que le mostró a San Pablo. Pablo creía actuar bien pero vivía en una ignorancia obstinada de la cual lo sacó el don gratuito del Señor. El sentido de ese don lo explica el mismo San Pablo: Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en él para alcanzar la Vida eterna.

San Pablo nos anima a no entrar en pánico ante nuestro pecado, sino a confiar en la misericordia que se ha mostrado en favor de él mismo y que es válida para cada uno de nosotros.

Esa misma misericordia es enfatizada por el evangelio que nos muestra también la actitud de fondo de Dios como Padre. Su misericordia se impone sobre su justicia. Es verdad que el hijo menor reconoce su mala conducta, aunque el padre reacciona antes de que el hijo diga nada, pero el padre lo exonera de la pena que merecía, porque lo que quiere para el hijo está guiado por el amor incondicional que le tiene. El padre no relativiza el error de su hijo pero lo que le importa es que ha regresado; no le dice que lo hizo bien, o que no importa, sólo festeja el cambio y éste sólo se entiende si ha habido un error.

El problema del hermano mayor es que no tiene una vinculación real ni con su hermano ni con su padre; sólo desde una vinculación en el amor puede entenderse la actitud del padre. El hermano mayor se condena a sí mismo por esa falta de amor, de la que fluye su incapacidad de pasar por alto el castigo que su hermano merece. El padre, coherente consigo mismo, invita al hijo mayor a unirse a la fiesta, sin reproche por su actitud equivocada.

El peligro constante de la gente religiosa y observante es caer en la falta de amor, en el orgullo de creerse mejores, por eso la lucha constante del Señor con los fariseos, y de San Pablo con lo que enfatizan la Ley a ultranza dejando de lado el designio profundo de Dios: la salvación. Recordemos lo que nos dice San Benito respecto de este tema: no atribuirnos nada a nosotros mismos sino a Aquél que nos llamó[1].

Merecemos condenación pero no la recibimos si nos acogemos a la misericordia, si nos compenetramos con Cristo, salvador nuestro. Es necesario estar conscientes de nuestras faltas, como el hermano menor, y desear el regreso a la casa del padre, y podemos estar seguros de encontrar misericordia, porque es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Es necesario emplear misericordia para con los demás y así encontraremos felicidad.

El sacramento que celebramos es el de la misericordia, es el de la entrega que nos salva y en él nos unimos con el Padre misericordioso.

P. Plácido Álvarez.

[1] Regla de San Benito, prólogo 29-32.

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