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Gloria y cruz.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 17 mar 2019
  • 2 Min. de lectura

Domingo Segundo de Cuaresma.

17 de marzo del 2019

Génesis 15, 5-12. 17-18.

Filipenses 3, 17 al 4,1.

Lc. 9, 28-36


Las lecturas que escuchamos hoy, meditadas desde la perspectiva de la Cuaresma, tiempo especial de conversión, nos invitan a ver los paralelos entre este evento y el del Gólgota; en ambas montañas se manifiesta la gloria de Dios, pero de formas muy diferentes, y ambas formas es necesario tomarlas en consideración, porque el mismo relato del evangelio los relaciona al decir que Jesús hablaba con Moisés y Elías de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.

La partida del Señor, su pascua, es un evento de una gloria muy especial, como lo insinúa por otra parte el evangelio de San Juan: es la gloria de una entrega radical. Pero en el contexto más amplio de la pasión, en Getsemaní, encontramos otro paralelo: el sueño que sienten los apóstoles escogidos; aquí escuchan una voz misteriosa, en Getsemaní será sólo la de Jesús.

En la lectura del Génesis, que nos describe el pacto entre Abrám y Dios, el humo del sacrificio hace recordar la nube de la Transfiguración, pero ahora sin ninguna oscuridad, todo lo contrario. La Transfiguración no establece una alianza sino que manifiesta algo mucho mayor: la intimidad pre-existente entre Jesús y Dios. Recordamos también que el sacrificio de animales será sustituido por uno mucho más excelso: el del Hijo, que nos introduce en una Alianza nueva y en una intimidad incomparable. Y todo esto apunta al despojamiento que está impregnado de gloria; a eso se nos llama. Gloria y sufrimiento van juntos, esa es la historia de la salvación, también la personal.

Recapitulando: la montaña de la Transfiguración recuerda al Gólgota; el sueño de los apóstoles al de Getsemaní. Hay gloria en ambas situaciones, la del Señor mismo, la que le pertenece por ser quien es. Moisés y Elías hablan con Jesús de su partida.

Gloria y sufrimiento van juntos pero los apóstoles no lo entienden como lo demostrarán en otra ocasión, en ese sentido no escuchan verdaderamente, tampoco que Jesús es el Hijo, el Elegido. Necesitamos aprender estas verdades, hacerlas parte de la vida, pero eso lleva tiempo y dedicación para no constituirnos en enemigos de la cruz.

Hay una manifestación de Dios en la Transfiguración pero, a diferencia de la experiencia de Abraham, ahora se puede contemplar directamente la manifestación de Dios y se puede escuchar su voz.

Pero nada de esto anula la realidad de la cruz que nos obliga a romper con las maneras de pensar del mundo. San Pablo nos llama a recordar de dónde somos ciudadanos y por lo tanto a quién nos debemos y qué es lo que esperamos: la transformación de nuestro pobre cuerpo mortal en uno glorioso semejante al de Cristo.

En la Eucaristía entramos en el misterio de la persona de Cristo, participamos de él sacramentalmente, lo que quiere decir realmente, para que nuestras vidas que se abran a lo que el sacramento nos comunica; gloria y cruz.

P. Plácido Álvarez.

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