La esperanza.

Navidad, segundo domingo.

Libro de Eclesiástico 24,1-4.12-16.

Salmo 147,12-13.14-15.19-20.

Carta de San Pablo a los Efesios 1,3-6.15-18.

Evangelio según San Juan 1,1-18.

Dios arraiga entre nosotros como luz que penetra profundamente; en la fe nosotros somos un pueblo glorioso que se eleva hacia Dios estableciéndose firmemente en la tierra, en la realidad del presente como don de Dios. Hemos sido elegidos para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. Y esa gloria no es algo estático sino en desarrollo y hace falta sabiduría para llevarlo adelante, cada uno de nosotros en nuestras propias vidas.

Hemos sido llamados a la esperanza desde la fe en Dios y sabemos que hemos recibido una herencia de vida eterna y de gloria que se nos ha prometido y donado en la persona de Cristo muerto y resucitado. Si vivimos en la esperanza vivimos libres porque sabemos que el futuro está en manos de Dios; nuestra herencia vale, vale siempre. El presente puede parecer – o ser - muy oscuro pero no es lo definitivo

En la fe hemos sido engendrados por Dios en Cristo y hemos recibido gracia tras gracia, esta es la fuente de nuestra esperanza que no se marchita porque no depende de nosotros, ni de los altos y bajos de nuestra vida, sino que depende de Dios, pero nosotros debemos recibirla, recibirla como su Luz, como su Palabra que existía junto a Dios y por la cual todo fue creado.

Todo esto es una realidad muy contundente que debe impactar nuestra vida en el día a día, ponerla en la perspectiva de la vida eterna dándole así un sentido que no se agota, y ahí está la fuente de nuestra esperanza.

Hay que recordar todo esto frecuentemente porque en los tiempos difíciles en los que vivimos es fácil olvidar; las presiones diarias son muchas. Por eso recurrimos a la fuente de luz y vida, como es la Eucaristía.

P. Plácido Álvarez.