Domingo 20 0rdinario.
16 de agosto del 2020.
Libro de Isaías 56,1.6-7.
Salmo 67(66),2-3.5.6.8.
Carta de San Pablo a los Romanos 11,13-15.29-32.
Evangelio según San Mateo 15,21-28.
Las tres lecturas de hoy sugieren una meditación acerca de la pertenencia al Reino de Dios, sea en la fe de Israel -como es el caso de lo que el profeta Isaías nos dice- sea en la relación con Jesús de la que trata la Carta a los Romanos y el Evangelio de Mateo que nos muestran la transición entre la antigua y la nueva alianza.
Isaías abre las perspectivas de Israel para explicar lo que es esencial: observar el derecho y la justicia, amar al Señor y ser sus servidores para ser colmados de alegría en la montaña santa, en la casa de oración. San Pablo nos dice cómo sucede la más profunda inclusión: a través de Jesús, el Mesías; en él todos recibimos misericordia, seamos judíos o no, y así la profecía de Isaías alcanza su plenitud.
El mismo tema de la salud y salvación que alcanza a todos es abordado en el evento del Evangelio, el cual nos muestra la exigencia de la fe. La mujer que inicialmente no obtiene una respuesta del Señor nos da el ejemplo de la fe que a la misma vez exige fuerza y perseverancia en la persona, impulsada por el dinamismo del amor por la hija que necesita sanación. A esto el Señor responde con esa bella y consoladora frase: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Que ella no sea judía no es lo que en definitiva cuenta, sino la fe.
A veces sentimos que el Señor no responde a nuestra súplica; hay mucho en el mundo de hoy por lo que suplicar y el futuro se ve tan perturbado y oscuro que nuestra oración y nuestra esperanza pueden desfallecer, pero no debemos ceder a la tentación de hacerlo. Dios tiene sus caminos, que no son los nuestros, y una vida dedicada nunca es en vano, dará su fruto aunque no lo veamos, la fe también nos enseña esto, y siempre podemos recurrir al Libro del Apocalipsis que en definitiva es un libro de consolación, es una epifanía que nos da fuerzas.
Observemos el derecho y la justicia, amemos al Señor y alcanzaremos el monte de la alegría. Entonces seguimos con nuestra oración: El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, como lo hace efectivamente en toda Eucaristía.
P. Plácido Álvarez.
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