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La gloria de Cristo en todos sus santos.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 1 nov 2019
  • 2 Min. de lectura


Solemnidad de todos los santos.

2019.

Apocalipsis 7,2-4.9-14.

Salmo 24(23),1-2.3-4ab.5-6.

Epístola I de San Juan 3,1-3.

Evangelio según San Mateo 5,1-12a.


Con la solemnidad de todos los santos celebramos la gloria de Dios manifestada en quienes por su entrega total brillan en la corte celestial.

Hay una enorme muchedumbre, tomada de todos los pueblos, que cubre toda la tierra como un manto de regeneración y vida verdadera para todos los pueblos; muchedumbre compuesta por muchos para nosotros desconocidos; muchedumbre que ha sido marcada con el sello de Dios, un sello de amor que ha transformado sus vidas, un sello que indica pertenencia a Dios y que lleva a los pies del Cordero sentado en su trono celestial.

Pero esa transformación de vida es dolorosa dado el estado de nuestro mundo contaminado por el pecado que nos afecta; necesitamos ser lavados con la sangre del Cordero, sólo ella nos purifica de esa contaminación que oscurece la imagen de Dios en nosotros.

La tierra y todo lo que hay en ella pertenece a nuestro Dios, como nos dice el salmo, y nosotros le pertenecemos como parte de la creación–somos sus hijos- gracias a su amor. Dios nos ha amado tanto que nos dio a su único Hijo y la promesa nos dice que la realidad plena, más maravillosa aún, se manifestará en su momento; seremos semejantes a él porque lo veremos tal cual es; esta es la base firme de nuestra esperanza.

Para subir a la Montaña del Señor necesitamos manos limpias, un corazón puro. Las Bienaventuranzas nos indican el camino de la purificación que nos da paz, y es un camino que ve hacia el futuro, que no se amarra al pasado ni a nada que no sea el Señor mismo y su Reino.

En el centro de la dinámica hacia el Reino está el corazón configurado por el amor, que nos permite ver a Dios; esto debe de tener especial resonancia entre nosotros monjes que deseamos esa visión, que es ya el comienzo de la vivencia del Reino. Y la visión es necesariamente la del Cordero sin mancha, degollado, en cuya sangre nosotros hallamos la salvación.

En la visión contemplativa no está ausente la persecución. La contemplación no es todavía el paraíso sino la visión de él, es el camino que llegará a su plenitud a través de un mundo turbulento, y esto nos exigirá paciencia y misericordia, nos exigirá un trabajo arduo impregnado de la gracia y dinamizado por ella.

Los santos de Dios guiados por María santísima nos llaman a cubrir la tierra de la luz de Cristo, tarea privilegiada para nosotros y fuente de toda nuestra felicidad, tarea que empieza aquí y ahora y de la cual esta Eucaristía es parte.

P. Plácido Álvarez.

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