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La herencia y el camino.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 26 ene 2020
  • 2 Min. de lectura


San Roberto, San Alberico y San Esteban Harding.


Eclesiástico 44, 1. 10-15.

Salmo 149, 1-2. 3-4. 5-6ª. 9b.

Carta a los Hebreos 11, 1-2. 8-16.

Evangelio según San Marcos 10, 24b- 30.


La celebración de la solemnidad de nuestros padres fundadores no es simplemente una oportunidad valiosa para honrar a quienes dieron inicio a nuestra forma de vida sino también para mirar nuestras propias vidas y lo hacemos a la luz de las Escrituras.

Nosotros somos descendientes espirituales de San Roberto, San Alberico y San Esteban Harding; el Espíritu que los movió a ellos, el Espíritu Santo que originó el carisma es el que debe movernos a nosotros en nuestro tiempo, y el Espíritu guía a su pueblo en circunstancias concretas, no se trata de un “copia y pega” sino novedad siempre fiel a los orígenes; suena paradójico pero es así.

Somos herederos, construimos sobre una roca firme que es Cristo en nuestros fundadores, estamos en un camino que se desarrolla a la luz de Cristo. Esto conforma nuestra visión de la vida y nos anima. De esto trata la lectura del Eclesiástico.

El texto de la Carta a los Hebreos nos pone en contacto con otro aspecto de la realidad: la función de la fe en la respuesta a la llamada de Dios. La fe en las circunstancias concretas de la vida: vivir y marchar sin tener pleno conocimiento del camino y si los resultados se va a ajustar a nuestras expectativas.

Abraham obedece sin saber a dónde iba, nos dice la carta; a veces esa es la experiencia que hacemos nosotros mismos. Somos peregrinos, conocemos la meta pero el camino es complejo, sin embargo tenemos la orientación que nos dan nuestros padres y la promesa misma del Señor quien nos atrae con su amor; Él es la meta, pero también el camino de manera que en él no estamos solos.

Para andar por este camino no nos hacen falta grandes recursos en este mundo, sólo nos hace falta Él mismo. La fuerza no se basa en la riqueza sino en Dios mismo. Todo es posible para Dios aunque no lo parezca. La pequeñez y la falta de recursos no son un obstáculo insalvable para que se cumpla la voluntad de Dios.

Dejarlo todo por Dios, para seguir a Cristo no es una pérdida. Y hay que enfatizar que es algo que se hace por Dios y que tiene efectos positivos sobre la humanidad. Cristo es modelo de esto. Nuestra vida contemplativa cisterciense no sólo sigue una tradición de 900 años sino que también nos compromete en su existencia para nuestro bien y el de toda la Iglesia.

Deseamos contemplar la gloria de Dios y ella se hace presente en el sacramento que celebramos. Está presente y está velada, es una tensión en la que nuestra respuesta no puede ser sino perseverar como lo hicieron los padres fundadores. El que toque a la puerta se le abrirá y nuestra pequeñez no es obstáculo.

P. Plácido Álvarez.

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