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La humildad de Dios.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 21 oct 2018
  • 2 Min. de lectura



21 de octubre del 2.018.

Libro de Isaías 53,10-11.

Salmo 33(32),4-5.18-19.20.22.

Carta a los Hebreos 4,14-16.

Evangelio según San Marcos 10,35-45.


Las lecturas de hoy nos llaman a una reflexión acerca del camino cristiano, que no es el de la grandeza; de lo que se trata no es de la gloria de este mundo sino de la salvación que se genera en el sacrificio y desde la pequeñez, y esto nos dice quién es Dios y quiénes somos nosotros.

El verdadero Dios y verdadero hombre, Cristo, ofrece su vida en sacrificio y así nos justifica a muchos. En este sacrificio se sintetizan la justicia y la misericordia, y llegan a su plenitud. Esta realidad nos permite mantenernos firmes en la fe y acercarnos confiadamente al trono de la gracia.

El evangelio nos “aterriza” –por decirlo de alguna manera- en las circunstancias que vivimos en el presente de nuestro camino hacia Dios. Santiago y Juan no han entendido todavía lo que el seguimiento de Cristo implica; como nos pasa a nosotros, una y otra vez pensamos que la meta del seguimiento es la gloria, como de hecho es, pero lo interpretamos mal y el Señor aclara: el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos… Y esto implica un sacrificio, sí, nos toca beber el cáliz.

Este beber el cáliz no tiene que ser algo dramático y notorio, en la vida monástica es la ascesis del día a día, tal como lo presenta San Benito en la Regla, porque en definitiva significa una entrega radical para aceptar lo que no nos gusta pero que aceptamos por amor al Señor y por el bien de los demás.

¿Qué nos dice todo esto acerca de Dios? Nos dice que Dios es humilde; no resuelve nuestra tragedia con una manifestación apabullante de su poder sobre la creación, sino entrando en nuestra debilidad y aceptando las consecuencias de nuestra rebelión, que son la alienación y la muerte. Su poder se manifiesta sólo después: en la resurrección. Los apóstoles tuvieron gran dificultad para aceptar esto y sólo el Espíritu, a quien ellos fueron fieles, se los pudo hacer entender.

Nosotros estamos llamados a esa misma fidelidad, a esa escucha, que nos pone al servicio en el cual vamos descubriendo paulatinamente, por la gracia de Dios, el misterio que se manifiesta y la salvación que realiza en nuestras vidas. Nuestra presencia en la Eucaristía indica el movimiento del Espíritu, llamada a la humildad y a la entrega recibiendo al Señor que viene a nuestro encuentro.

P. Plácido Álvarez.

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