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Foto del escritorMonjes Trapenses

La revelación y libertad.



Domingo 21 ordinario.

Libro de Isaías 22,19-23.

Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.6.8bc.

Carta de San Pablo a los Romanos 11,33-36.

Evangelio según San Mateo 16,13-20.

La revelación del Mesías a Pedro y la constitución de la Iglesia sobre él nos habla de la plenitud de los tiempos y de la proyección hacia el futuro hasta la victoria definitiva sobre la muerte.

La primacía de Cristo estaba profetizada en el Antiguo Testamento por el profeta Isaías; lo que dice del rey Eliaquím llega a su plenitud en Jesús portador de unas llaves incomparables, de acceso al verdadero Reino. La Sabiduría de Dios nos revela que todo viene de [Cristo] él, ha sido hecho por él, y es para él. Esta es la base de todo lo demás.

Pedro está abierto a esta sabiduría que como un don le revela al Mesías en Jesús, y en esa sabiduría enfrenta como Roca de la Iglesia la muerte que agobia al mundo; la enfrenta con confianza porque sabe que la victoria de Dios está asegurada. La revelación a Pedro lo constituye en Roca sobre la que se funda la Iglesia, pero cada uno de nosotros participa en esa revelación por el don de la fe aceptada y vivida. La muerte no prevalecerá y la resurrección del Señor nos lo muestra.

Este es un proceso en el que vamos ganado libertad porque no somos limitados por el miedo a la muerte (Cf. Hebreos 2, 15); estamos en manos de Aquél de quien todo viene, por y para quién todo fue hecho. Tenemos su promesa, el Señor no abandona la obra de sus manos porque su amor es eterno.

¿Tiene Pedro las llaves de esa libertad? Sí las tiene, gracias a la liberación del pecado que Jesús realiza y que Pedro otorga en su nombre, y esa liberación –que nos mantiene en una lucha constante ya que por causa de nuestra debilidad necesita ser renovada- tiene consecuencias en todos los aspectos de la vida y de la sociedad.

La libertad interior del ser humano, que se sabe en manos de la misericordia de Dios, es esencial para el desarrollo sano en sociedad, supone capacidad de reconciliación y los valores que orientan su vida y brotan del conocimiento de la persona de Jesús, acerca de quién debemos pronunciarnos, como lo hace Pedro.

Los cristianos no somos los únicos que hacemos referencia a valores trascendentes para orientar nuestras vidas, tampoco los únicos en saber que Dios llama de muchas maneras a todos los seres humanos a una vida justa y feliz, pero en la fe entendemos que el valor máximo se encarna en una persona y que desde ella entendemos todo.

Es preciso reconocer que en el mundo moderno se impulsa otra visión, cuyas consecuencias negativas están a la vista, es por lo tanto más importante reafirmar, profundizar y proclamar que el Señor está presente entre nosotros hasta que Él vuelva y que Él nos da una vida que va más allá de la muerte. Vida que compartimos en la Eucaristía.

P. Plácido Álvarez.


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