Domingo 26 ordinario.
Libro de Ezequiel 18,25-28.
Salmo 25(24),4bc-5.6-7.8-9.
Carta de San Pablo a los Filipenses 2,1-11.
Evangelio según San Mateo 21,28-32.
Las lecturas que escuchamos nos recuerdan que cumplir la voluntad de Dios es responsabilidad de cada persona, el profeta Ezequiel lo dice y San Pablo declara que esa voluntad es que tengamos los mismos sentimientos de Cristo y permanezcamos unidos, y apunta a las actitudes que son necesarias para mantener esa unión: huir de la vanidad, humildad, búsqueda del bien común, entrega.
Es necesario conocer los caminos de Dios y éstos no nos están escondidos en lo esencial: apartarse del mal y practicar el derecho y la justicia; es preciso además mantener viva la confianza de que Dios nos va a mostrar lo que es mejor en cada circunstancia si lo buscamos a Él y lo escuchamos.
El modelo es Cristo mismo en su entrega, con todo lo que eso supuso, esa es la actitud que nos guía. La gloria de Cristo en la que podemos compartir pasa por su entrega hasta las últimas consecuencias.
El evangelio nos plantea el desafío de asumir lo nuevo que surge de lo antiguo y nos señala la respuesta de diferentes personas a ello. Que los pecadores reaccionen positivamente a la predicación, sea de Juan o de Jesús, abandonando su forma de vida debería ser una señal acerca del predicador y de la autenticidad de su palabra, pero para algunos no es así porque la predicación no se ajusta a sus ideas.
Para aquel tiempo y en el nuestro vale la necesidad entregarse a la realidad del Señor para poder entender cuál es la voluntad de Dios, y ésta es revelada cuando por medio de la conversión la gente se acerca a Dios, cuando endereza su vida para vivir en plenitud y en felicidad, para vivir en el Reino de Dios; teniendo los mismos sentimientos de Cristo esto es posible.
Tener un mismo corazón y un mismo espíritu es posible si seguimos a Cristo con toda sencillez, porque entonces será su mente y su espíritu el que habitará en nosotros y nos guiará. Salimos a su encuentro y al hacerlo nos acercamos unos a otros; al acercarnos a la Eucaristía hacemos esto. El llamado es a aceptarlo con alegría.
P. Plácido Álvarez.
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