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Foto del escritorMonjes Trapenses

Las puertas del cielo.



Apocalipsis 11,19a.12,1-6a.10ab.

Salmo 45(44),10bc.11.12ab.16.

Carta I de San Pablo a los Corintios 15,20-26.

Evangelio según San Lucas 1,39-56.

María es portadora de Cristo, no sólo por su maternidad sino también por la fe que abarca toda su vida, y esa relación tan íntima –y excepcional- la hace partícipe de su resurrección, ese es el significado básico de la Asunción: es asumida al cielo junto a su hijo en virtud de esa relación.

María tenía que terminar su camino en esta tierra, pero es un camino del todo especial con una conclusión igualmente excepcional, pasa por la muerte como ningún humano lo ha hecho, ni lo hará. Muerte y resurrección en su caso van de la mano; aunque la declaración del dogma por Pío XII no especifica esto, se puede pensar que es así. La declaración dice: la Inmaculada Madre De Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.

La Asunción es además como una profecía acerca de nuestro propio futuro y llena el presente de esperanza. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”; esto no nos llena de esperanza pasiva sino que nos impulsa a una participación en la vida de Jesús aquí y ahora, llena de fe, semejante a la de María, fe y participación que cambia nuestro presente y prepara nuestro futuro al conformarnos con Cristo.

Nuestra meta, movidos por la gracia, nuestra llamada, es hacernos portadores de Cristo, nunca seremos como María lo es, pero sí como Dios quiere.

La historia del mundo es compleja y violenta, como se hace evidente en nuestro tiempo; nuestro camino de vida está inmerso en este proceso, y uno de los elementos que nos da confianza es la vida de María en la perspectiva del Apocalipsis que afirma sin duda la soberanía del Mesías.

La mujer gloriosa se salva y la salvación definitiva llega a través de su hijo, como lo describe el Apocalipsis. El poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que día y noche los acusaba delante de nuestro Dios. La victoria es nuestra y el acusador es silenciado, despojado de su poder para hostigar y perder a los seres humanos.

Pero es necesario que nosotros tengamos nuestras vidas abiertas a Dios para participar en su Reino y participar con él en la resurrección de los muertos. Debemos ya desde esta vida comenzar esa entrega que nos pone en manos de Dios. Todo lo que precede a la Asunción en la vida de María nos demuestra esta apertura y entrega. Le pedimos a ella que interceda por nosotros para llegar a la gracia de la vida presente y a la resurrección.

P. Plácido Álvarez.

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