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Misión, la gloria de Dios y la conversión.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 10 feb 2019
  • 2 Min. de lectura

Domingo quinto tiempo ordinario.



10 de febrero del 2.019


Libro de Isaías 6,1-2a.3-8.

Carta I de San Pablo a los Corintios 15,1-11.

Evangelio según San Lucas 5,1-11.


La lectura del profeta Isaías nos invita a considerar la magnificencia de Dios y de sus ángeles, nuestra relación con Dios, la adoración a la que somos llamados a semejanza de los ángeles, y la purificación que como carbones encendidos procede del mismo Dios. Acoger la obra de Dios nos prepara para proclamar su gloria. La convicción necesaria procede de la experiencia en la que reconocemos la Presencia, su significado, y cómo nos involucra evocando ese aquí estoy: envíame.

La tierra está llena de la gloria de Dios, nos dicen los ángeles, ¿nos damos cuenta de esta realidad? No es fácil, porque vemos tanta destrucción, muerte, degradación y se nos esconde la gloria de Dios, pero está presente y nosotros somos sus mensajeros; tenemos que aprender a ver y a vivir entre estas contradicciones.

El apóstol San Pablo hizo la experiencia de esa gloria, de la que brotó su sólida convicción y su fortaleza, todo producto de la gracia de la elección que de él hizo el Resucitado. Cada uno de nosotros, a nuestra propia manera y medida, hemos sido elegidos en la fe y por el bautismo. Y el llamado supone una gran responsabilidad que es también una gracia que impulsa hacia la plenitud, aunque a veces esa gracia se sienta como un peso, como le sucedía a San Pablo.

El Evangelio nos muestra cómo llega el Señor a Pedro; le pide su ayuda para poder enseñar mejor; Pedro humildemente obedece y al finalizar hace una experiencia que le cambia la vida radicalmente, en la forma de una recompensa inmensa e inexplicable que se convierte en llamado a participar en la tarea de Jesús, ahora en forma más cercana y comprometedora. La disponibilidad y humildad de Pedro son clave para que la experiencia se produzca.

Cada uno de nosotros necesita entender el contexto total de la propia vida y acoger lo que en él se manifiesta; es necesario entender lo que significa dar gloria, lo que significa la purificación, la conversión, la elección, la disponibilidad y la humildad, y entender que en eso está la plenitud de la vida, que pasa por un abandonar todo.

Se nos pide abandonar todo para acceder a la vida verdadera, ese es un mensaje que aparece reiteradamente en el Nuevo Testamento, y ese abandonar todo se cristaliza en el ofertorio de la Eucaristía; pero no es un simple abandonar, se trata de ofrecer; de ofrecernos a quien sale a nuestro encuentro con su cuerpo y con su sangre, don absoluto para nosotros y por nosotros. Abrámonos al don.

P. Plácido Álvarez.


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