Paz y claridad.

Segundo domingo del tiempo ordinario.

Libro de Isaías 49,3.5-6.

Salmo 40(39),2.4.7-8.9.10.

Carta I de San Pablo a los Corintios 1,1-3.

Evangelio según San Juan 1,29-34.

El conocimiento de la identidad de Jesús es algo fundamental para nosotros. San Juan nos habla de esa identidad, al igual que el profeta Isaías, también el impacto que esa realidad tiene sobre nosotros; San Pablo aborda eso.

Jesús es el Hijo de Dios, ese es el testimonio que nos da Juan el Bautista porque ve al Espíritu Santo descender y permanecer sobre Jesús, pero también lo revela como el Cordero de Dios, lo que alude al sacrificio purificador que sintetiza y eleva la tradición del Antiguo Testamento la cual marca el sacrificio como necesario para una purificación. Pero no se trata sólo de purificación sino también de glorificación; la santificación que hemos recibido nos introduce en el ámbito de la paz, pero esa paz no es automática sino que tiene que ser asumida con una entrega que nos asemeja a quien nos ha hecho ese don con su propio sacrificio.

Esperamos confiadamente en el Señor, luz de las naciones, Servidor de Dios como Hijo querido. Es importante tener esto claro en nuestro mundo convulso y oscurecido por tantos conflictos y tanta confusión de todo tipo.

La paz y la claridad sólo proceden de Dios Padre y su Hijo Jesucristo revelado por el Espíritu Santo, aliento de nuestras vidas. La fe y el amor nos dan acceso a esa experiencia incluso en las grandes dificultades que llevan en sí renuncia y sacrificio que nos liberan.

Ese sacrificio liberador se hace presente para nosotros en la Eucaristía y nos invita a participar en él. Tenemos la opción ante nosotros y ella nos invita a una decisión que en definitiva es radical, decisión en favor de la vida verdadera.

P. Plácido Álvarez.