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Por encima de las diferencias.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 14 jul 2019
  • 2 Min. de lectura




14 de julio del 2019.

Deuteronomio 30, 10-14.

Colosenses 1, 15-20.

Lucas 10, 25-39.


La muy famosa parábola del samaritano que escuchamos es una respuesta para quien esté deseoso de alcanzar la vida eterna; en primera instancia la respuesta está en la Ley de Dios: amor a Dios al prójimo y a sí mismo. Pero ese precepto hay que aterrizarlo en la vida diaria.

El doctor de la Ley pregunta: ¿Y quién es mi prójimo? Nosotros también debemos preguntar porque la respuesta no procede de la convención social y de las percepciones superficiales sino de reconocimiento de la realidad que está por encima de todo eso.

Jesús pone al doctor de la Ley ante el desafío de aceptar como prójimo a alguien que no es sólo diferente sino opuesto, aparentemente, a quien él es y lo que él cree; los samaritanos para los judíos era extranjeros y peor aún herejes, gente que había pervertido la fe de Israel.

En la vida diaria un judío no aceptaría trato con un samaritano, pero si el judío estuviera herido y abandonado ¿cómo se sentiría de ser auxiliado por un samaritano? Tampoco los samaritanos querían trato con los judíos, pero éste se sale de los marcos establecidos para responder, según su corazón se lo indica, a la necesidad de un desconocido.

Pero esas diferencias no interesan al Señor, sino la percepción concreta que tiene el samaritano de la necesidad del hombre vejado y herido. El samaritano se conmueve, tiene compasión, responde desde su corazón y no desde el miedo u otras consideraciones. El Señor anima a romper ciertas barreras establecidas por nuestra manera de pensar que no cuestionamos; el Señor anima a reconocer como prójimo a todo necesitado y a todo aquél que sale al encuentro de la necesidad de otro, sea quien sea.

Este samaritano, explícita o implícitamente, reconoce la Palabra de Dios que está en su corazón, un corazón formado en esa Palabra, lo sabemos por la manera en que actúa; ha entendido la Palabra en profundidad y la ha puesto en práctica, como lo pide el Deuteronomio.

La verdad más profunda que constituye la moción que lleva hacia el prójimo la sintetiza la Carta a los Colosenses cuando dice: Por él (Dios) quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz, la cruz de Cristo.

Dios en la persona de Cristo se hace nuestro prójimo para salvarnos y espera que nosotros nos hagamos prójimos de él, que salgamos a su encuentro en toda circunstancia, en toda persona, con el amor que él nos tiene a nosotros y que espera de nosotros.

La Eucaristía es ese encuentro sacramental que nos vivifica y nos da el discernimiento y la fuerza necesaria para ser siempre prójimos y aceptar al prójimo. Entonces el mundo se transforma en lo que Dios quiere que sea y se revela su presencia en todas las cosas. Damos gracias a Dios por esto.

P. Plácido Álvarez.

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