Domingo 32 ordinario.
8 de noviembre del 2020.
Libro de la Sabiduría 6,12-16.
Salmo 63(62),2.3-4.5-6.7-8.
Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 4,13-18.
Evangelio según San Mateo 25,1-13.
La sabiduría y la luz de Dios se han hecho manifiestas para nosotros y nos invitan revisar nuestras vidas y a perseverar en la espera con plena confianza en la salvación de Dios. Las lecturas nos invitan a meditar esta realidad e interiorizarla.
Luminosidad de la sabiduría, luz de Dios, luz de Cristo. Hay que amarla y buscarla, hay que mantener las velas encendidas una vez que se ha recibido esa luz; es la que nos iluminará en el retorno del Señor. La sabiduría nos librará de fatigas e inquietudes inútiles, ella nos dará la prudencia para enfrentar las dificultades, ella nos animará en la espera.
El salmo nos dice que el amor de Dios vale más que la vida. Ese amor se hace muy concreto en la muerte y resurrección del Señor Jesús, quien se entrega la Padre por nosotros, y en ellas que nos asume: nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él, nos dice San Pablo. El Apóstol se refiere al fin de los tiempos pero esa visión tiene consecuencias en nuestro presente, por eso él lo dice, y conlleva un llamado a vivir el presente en forma lúcida, consciente, sabia, en un proceso de conversión.
Las vírgenes prudentes viven la espera desde esa perspectiva, no como un vacío sino como un deseo de alguien quien paradójicamente en su ausencia se hace presente y da forma a la vida. En definitiva cuando el Señor venga es para nosotros, y no sabemos cuándo vendrá pero paradójicamente la fe y el amor nos lo hacen presente; a su manera ya nos busca y espera encontrarnos, el asunto es si vamos a estar allí o nos hemos dispersado por nuestra necedad.
El salmo nos habla de cómo nuestra alma desea a Dios ardientemente, como tierra reseca agotada sin agua; es oportuno preguntarnos si es así como nosotros deseamos a Dios; si la respuesta es afirmativa significa que nuestras velas estarán encendidas y esperando confiadamente la fiesta de bodas, que es nuestra también. La Eucaristía es esa fiesta, en el misterio, pero es real.
Un deseo ardiente impregnado de la sabiduría de Dios debe guiar y animar nuestras vidas, deseo que es movido por el Espíritu de Dios y que nos trae a esta celebración de la muerte y resurrección de Cristo y si hemos muerto con él viviremos con él; nos unimos al Señor mientras esperamos su manifestación definitiva.
P. Plácido Álvarez.
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