Solemnidad de la Santísima Trinidad.
- Monjes Trapenses
- 16 jun 2019
- 3 Min. de lectura

Libro de los Proverbios 8,22-31.
Carta de San Pablo a los Romanos 5,1-5.
Evangelio según San Juan 16,12-15.
La solemnidad de la Santísima Trinidad que hoy celebramos nos invita a meditar acerca de uno de los misterios más difíciles de explicar intelectualmente, o en la teología por decirlo de otra manera.
El misterio de un solo Dios y tres Personas no es un invento fantasioso de algunos teólogos de la Iglesia en tiempos remotos, sino la toma de conciencia paulatino de una realidad. El Nuevo Testamento no usa la palabra “Trinidad”, sin embargo, los seguidores de Cristo hacen, por medio de él, una experiencia de Dios que les revela este misterio.
Jesús en los Evangelios nos habla de Dios de tal manera que nos muestra no sólo la relación con su Padre sino también con el Espíritu; eso se hace más claro aún en los Hechos de los Apóstoles y en la Cartas de San Pablo y San Juan. Pero en el tiempo fue necesario interpretar todos esos datos, y se hizo, y no sólo desde el punto de vista de una sistematización intelectual legítima sino también desde la experiencia espiritual, como ya señalé.
Cuando hablo de experiencia me refiero a lo siguiente, veamos lo que nos dice San Pablo en la Carta a los Romanos:
La esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
La esperanza y el amor son experiencias humanas y San Pablo nos señala cómo brotan de nuestra relación con Dios, que debemos suponer Padre, y del Espíritu, y ya antes nos había hablado de la paz que nos viene por medio de nuestro Señor Jesucristo.
El discernimiento espiritual, como el que hace San Pablo, nos hace descender a la raíz de nuestra experiencia para reconocer allí la acción de Dios, que centrada en nuestro conocimiento de Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre, nos muestra y relaciona con el Padre y el Espíritu.
Las palabras de Jesús nos hablan del Padre, con quien él es uno, a la vez que nos indican una relación que supone distinción, esto constituye una unidad del todo especial, y lo mismo sucede con el Espíritu.
La experiencia del Padre la hacemos en Cristo, el Hijo perfectamente humano, y él nos anuncia el Espíritu a quien experimentamos de muchas maneras.
La lectura de Proverbios, muy sugerente de la Trinidad en el Antiguo Testamento, nos indica el lugar de la sabiduría en relación con Dios; estaba con Dios desde el comienzo, antes de todo lo que llegó a existir. En tanto que acompaña a Dios Creador entendemos una relación también del todo especial que la Tradición identificó con Cristo mismo, el Hijo, ya a partir del Nuevo testamento[1], pero la actuación de la verdadera sabiduría en el mundo y la Iglesia se refiere al Espíritu[2].
Todo esto a partir de la experiencia en la Iglesia y no como especulación teológica, la explicación teológica viene después. Esta experiencia continuamos haciéndola en la Iglesia hoy y no la controlamos como en un laboratorio sino que fluimos con ella. Adentrarnos en este misterio es dejarnos inundar por él. En Dios vivimos, nos movemos y existimos[3], esa fe nos llena de esperanza que brota del amor.
El Padre nos ha llamado a la vida por Cristo en el Espíritu, una vida llamada a elevarse a compartir la vida de Dios, esto significa que con fe, esperanza y amor ponemos en juego nuestra libertad para que se haga en nosotros realidad el amor de Dios que reconocemos en lo que el Padre, el Hijo y el Espíritu han querido: la plenitud. Esa plenitud se manifiesta en esta Eucaristía como promesa y a ella accedemos.
P. Plácido Álvarez.
[1] Cf. 1, 19-24. 1 Cor. 1,30. 1 Cor. 2, 7-9.
[2] Cf. 1 Cor. 12, 8-11.
[3] Cf. Hechos 17, 28.
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