top of page
Foto del escritorMonjes Trapenses

Todos los santos.



2020.

Apocalipsis 7,2-4.9-14.

Salmo 24(23),1-2.3-4ab.5-6.

Epístola I de San Juan 3,1-3.

Evangelio según San Mateo 5,1-12a.

Celebramos hoy esa inmensa muchedumbre imposible de contar que da alabanza y gloria a Dios en la vida eterna, y lo celebramos con el deseo de participar en su alabanza; el camino a recorrer para llegar allí no es fácil, puede incluir el martirio de sangre, como el Apocalipsis muestra, pero en todo caso va a requerir manos limpias y puro corazón, lo que implica un trabajo grande y perseverante.

Ante tanta dificultad como vive la Iglesia a través de la historia, incluso hoy, tenemos la afirmación que nos fortalece, el salmo nos dice que del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes. Nada se escapa a su acción y en Él nos refugiamos en nuestra necesidad, pero hay más, Dios Padre nos ama tanto que quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente y añade que todavía no se ha manifestado lo que seremos porque cuando se produzca su manifestación seremos semejantes a Él ¡Cuánta esperanza y cuánto deseo surge de esta promesa!

El señorío de Cristo surge del amor y este es la raíz más profunda del consuelo en la dificultad que se anuncia; la actitud que debemos asumir es la de las bienaventuranzas que nos animan a no esperar otra felicidad que la que Dios da; es la felicidad de un amor que no se rinde, que nunca falla.

Cada una de las bienaventuranzas que nos proclaman felices retrata una dificultad presente o una actitud de entrega que apunta a una recompensa que puede ser presente o futura, pero –de nuevo- lo esencial es que es Dios quien puede dar la felicidad, y el amor es la fuente de ese amor que ya está presente.

Cada uno de las bienaventuranzas es tan válida hoy como lo fue en el momento en que Jesús las proclamó; este mundo que está en constante evolución y constante conflicto lo que requiere es un constante ejercicio de esa entrega radical en el amor que permite reconocer que en esa misma entrega difícil está la felicidad y que en ella hay una promesa para la vida eterna.

La santidad es para todos nosotros, el camino lo ha señalado el Señor, y es para aquí y ahora. La celebración de tantos, y en muchos casos desconocidos, santos nos anima a seguirlo. La fuente de la santidad es, desde luego, Cristo mismo; nuestra comunión con él es por lo tanto fuente de santidad, participamos en ella con esa conciencia y en esa búsqueda.

P. Plácido Álvarez.

13 visualizaciones

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page