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Adán y Eva.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 28 jul 2019
  • 3 Min. de lectura


28 de julio del 2019.


La obediencia es un elemento fundamental en la vida monástica y cristiana, como ya comenté brevemente hace poco en la lectura de la Regla de San Benito antes de Completas. El santo quiere que regresemos por el camino de la obediencia a Aquél de quien nos habíamos apartado por el camino de la desobediencia[1].

En ese momento reflexioné sobre el porqué de ese énfasis en la obediencia y me referí al pecado de Adán y Eva, que fue precisamente la desobediencia[2]; desde ese momento en adelante la humanidad abrió la puerta a una serie de calamidades que nos atormentan hasta el día de hoy. Si queremos salir de este tormento, si queremos días felices[3], como el mismo San Benito nos dice, entonces tenemos que desandar el camino de la desobediencia.

¿Por qué la desobediencia tuvo ese efecto funesto? El texto bíblico mismo nos lo dice: porque quisimos juzgar por nosotros mismos lo que es bueno y lo que es malo, comimos del árbol de la ciencia del bien y del mal[4]. La rebeldía consiste en no querer dejar que Dios nos revele qué es una cosa y qué la otra; la rebeldía consiste en no querer dejarnos iluminar por Dios y por Cristo en su Iglesia. Este problema es manifiesto en el mundo de hoy.

La Regla insiste una y otra vez en que nos sometamos a un proceso de discernimiento que necesariamente implica el juicio de otro y su decisión dentro de un marco previamente establecido que la Regla identifica, afirmando sin ambivalencias la primacía del Evangelio[5], de manera que nada se ordene arbitrariamente[6].

Nuestros gustos y tendencias, conscientes o inconscientes, distorsionan nuestra visión de las realidades y nos hacen caer en errores que fortalecen esos elementos y nuestro ego; en definitiva alimentan la soberbia.

San Benito conoce bien las sutilezas que se introducen en estos procesos y busca de muchas maneras mantener los equilibrios de un buen discernimiento para que los procesos desemboquen en la obediencia que nos acerca a Dios.

Evidentemente todo esto tiene que ver con la humildad, que es la actitud sobre la que se construye la obediencia[7]; es la actitud que permite la colaboración abierta, sencilla y sincera[8]; es la que permite ceder ante la orden de otro y la que permite plantear el propio punto de vista de manera adecuada[9].

Nada de esto es posible sino no estamos enraizados en la fe[10] por la gracia[11], si no buscamos verdaderamente a Dios[12], con la convicción de que somos salvados por la muerte y resurrección del Señor, muerte en cruz con todo lo que eso significa, y que nuestra vida es un intento de asumir el significado, que es despojarnos de nosotros mismos para vivir para Dios y en Dios.

El sentido más profundo de este camino de la obediencia está en su visión de futuro, que San Benito presenta de la siguiente manera:

Con el progreso en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón con la inefable dulzura del amor, se corre por el camino de los mandamientos de Dios. De este modo, sin desviarnos jamás del magisterio y perseverando en la doctrina en el monasterio hasta la muerte participaremos en los sufrimientos de Cristo con la paciencia, para que merezcamos también compartir su Reino[13].

La obediencia ensancha el corazón para correr por el camino de Dios en el amor, lo que supone participar en los sufrimientos de Cristo para alcanzar su Reino. Si hemos venido para buscar a Dios lo encontraremos, San Benito nos da la hoja de ruta.

P. Plácido Álvarez.

[1] Regla de San Benito (RSB) Prólogo 2.

[2] Génesis 3, 1-7.

[3] RSB Prólogo 15.

[4] Génesis 2, 9.

[5] RSB Prólogo 21. 2,4.

[6] RSB 53, 2-3.

[7] Cf. RSB 5, 1.

Cf. RSB 71.

[9] Cf. RSB 68. 3. 4.

[10] Cf. RSB Prólogo 49.

[11] Cf. RSB Prólogo 41.

[12] Cf. RSB 58, 7.

[13] RSB Prólogo 49-50.

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