13 de diciembre del 2020.
San Benito en el capítulo sobre las buenas obras dice: Tener la muerte presente antes los ojos todos los días[1].
San Benito no trata de fomentar un pensamiento sombrío o depresivo, más bien trata de procurar el buen uso del tiempo presente; por otra parte, y en relación a lo anterior, podemos considerar la muerte es un principio de realismo porque la muerte es inevitable. Pretender negar o ignorar lo inevitable bloquea el desarrollo espiritual y en el fondo está relacionado con el deseo de la autosuficiencia, que supone arrogancia, o sea, falta de humildad.
Esta perspectiva debe llevarnos a una meditación más profunda acerca de la naturaleza de la realidad toda, porque la muerte nos induce a ver más allá de nuestro día a día y más allá de la materialidad de este mundo. Nos lleva a considerar nuestra existencia en el marco del misterio de Dios, fuente y meta de todo lo creado[2]. En verdad ¿cuál es la forma de la creación vista desde la realidad de la muerte y desde la revelación de Dios?
La resurrección del Señor, parte esencial de nuestra fe, es una revelación acerca de la naturaleza de la realidad en el sentido más amplio y profundo, mucho más allá de la realidad de este mundo, que está limitado en su materialidad y en el tiempo, pero con continuidad en su existencia, sostenido por el Creador que le dio origen. Recordemos la Carta a los Colosenses:
Porque en Él (Cristo) fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia."[3].
Meditar la muerte es ampliar la visión y es crecer en confianza de cara a una transición que no es fácil, además de recordarnos que lo que hacemos en esta vida es significativo y que necesitamos prestarle seria atención.
Tener la muerte presente no es abrir la puerta a la depresión sino a vivir plenamente en creciente conciencia de la obra de Dios en la creación y la redención. Reconocer la muerte por lo que es nos lleva a una liberación, recordemos la Carta a los Hebreos: Con su muerte, Jesús dio libertad a los que se pasaban la vida con miedo a la muerte[4].
Todo esto debe inducirnos a la humildad, a reconocer nuestra pequeñez, pero también a reconocer el amor de Dios que nos sólo nos ha creado a su imagen y semejanza y nos ha destinado a compartir su vida y libertad, sino que también se ha identificado con nosotros en la Encarnación de su Hijo para nuestra salvación.
Tal es su identificación que muere por nosotros. Él asume la muerte como camino de redención y en el bautismo nosotros nos sumergimos en esa muerte; esta realidad debe darnos la perspectiva correcta sobre nuestra propia muerte, y más aún sobre el fin de todas las cosas.
Esta meditación es muy apta en Adviento. Nos acercamos al Señor poniendo nuestra vida actual en la perspectiva de su venida, la primera y la segunda, en la perspectiva de su tránsito y del nuestro; esto debe transformar nuestras vidas, es un proceso continuo, la conversión continua. Hay razón para festejar porque no estamos solos pero una fiesta de cambio y superación que requiere nuestro compromiso.
P. Plácido Álvarez.
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