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Aprender a amar, aprender a sufrir.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 30 jun 2019
  • 4 Min. de lectura


30 de junio de 2019.


La evolución de la cultura global está dando lugar a debates sobre elementos esenciales de la manera de entender la persona, su desarrollo y sus relaciones, tanto humanas como con toda la creación. Enfrentamos desafíos como en ninguna otra época de la humanidad, y una de las causas principales es la globalización con base a la expansión económica y a la tecnológica que vincula en forma constante y casi instantánea gentes de diferentes costumbres, religiones, razas y etapas de desarrollo económico; esto genera tensiones de todo tipo.

El tema central de debate es qué es el ser humano, hacia dónde se dirige, y hacia dónde debe dirigirse. Esto es algo que evidentemente nos concierne a los monjes, porque la globalización es también ideológica, se trata de sutilmente imponer maneras de pensar que chocan con la diversidad de la realidad y el sentido más profundo de la verdad, y nos afecta porque influye sobre nuestras actitudes a veces sin que nos demos cuenta.

En este contexto vi hace poco vi un intercambio entre el psicólogo canadiense Dr. Jordan Peterson y el obispo estadounidense Robert Barron. Peterson se ha hecho famoso por su posición contraria a la ideología de género, sostiene que la masculinidad está siendo atacada en la cultura y que necesita ser defendida; cuestiona el ateísmo, también defiende la libertad de expresión en estos temas, que él siente está siendo reprimida por una cultura que está profundamente desorientada y manipulada para imponer una visión de la realidad que no tiene sustento objetivo. Esto le ha ganado todo tipo de ataques, incluso de parte de católicos.

El Obispo Barron, auxiliar de Los Ángeles, EE.UU., se ha hecho famoso en los medios digitales por una evangelización muy adaptada a la cultura que expone de manera fluida y coherente, y desde luego coincide con Peterson en muchos puntos; esto también le ha ganado ataques, incluso de católicos.

Me llamó la atención un punto en el que el Dr. Peterson y el Obispo Barron estuvieron de acuerdo y que es algo que siempre ha sido significativo en la tradición monástica: la importancia del sufrimiento en el desarrollo de la persona. Peterson cree que la Iglesia Católica no está enseñando esto con suficiente claridad. Ambos creen que es importante enseña a sufrir, esto es, a asumir positivamente el sufrimiento que inevitablemente la vida trae.

Es un tema importante que la vida monástica ha asumido en su ascesis, y que San Benito tiene en su regla, encapsulado todo en el voto de conversión de vida. Toda conversión implica un sufrimiento que es liberación. El sufrimiento es la puerta estrecha del evangelio:

Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran[1].

Hay dos aspectos: liberación personal en un proceso de conversión e identificación con Cristo, respondiendo a lo que él pida, sea lo que sea. Entonces no se trata sólo de enfrentar bien lo que es inevitable, de esto ya hablaban los estoicos, sino de vivir con y para Cristo en ese proceso de liberación.

Hoy en día es quizás más difícil de asumir todo esto que en otras épocas porque la cultura moderna enfatiza lo contrario: hay que huir del sufrimiento, pero resulta que esto es huir de la realidad. No se trata de buscar sufrimiento necesariamente, como se ve en algunos santos, sino de aprender a enfrentar con serenidad lo que nos toca, sabiendo que es un instrumento de crecimiento y liberación, y más profundamente, de identificación con Cristo.

En todo esto hay un elemento de lucha contra el mal, de eso se trata la conversión, que no debemos eludir; intentar hacerlo nos lleva a un estancamiento espiritual, o peor aún al retroceso, pero ¿cómo combatimos el prejuicio cultural que se expresa de tantas pero a veces sutiles maneras? Para nosotros la vida monástica es un instrumento en este sentido.

La línea fundamental del prejuicio cultural es que no debemos sentirnos mal, que no debemos sufrir, por lo tanto la entrega sacrificada no tiene sentido. Si nos dejamos arrastrar por esta visión de la vida entonces va a ser muy difícil entender a Cristo y por lo tanto vivir una vida verdaderamente cristiana, en imitación de Cristo.

Pero no es sólo eso, sino –como vengo diciendo en la misma línea de Barron y Peterson- no vamos a lograr alcanzar la plenitud de la propia humanidad y yo añado: nuestra libertad.

Ante los desafíos de la vida en algún momento nos va a tocar decir: me toca sufrir, vamos adelante. La falta de perseverancia en el matrimonio o en la vida religiosa o monástica me parece que en gran parte se debe a la actitud o visión de la vida que trata de evadir lo que no se puede evadir.

A veces esta actitud se justifica con elementos tales como: no es justo lo que me pasa, la injusticia no debe existir. Podemos tener razón, pero tenemos que aprender a vivir en esa realidad, de lo contrario no podremos transformarla ni avanzar en el desarrollo personal.

El intento de evadir nos bloquea, nos genera más angustia de lo necesario e incluso puede llevarnos a la depresión porque no le encontramos el sentido a lo que pasa o a la vida en general, como lo señaló el siquiatra judío Víctor Frankl iniciador de la logoterapia, pero el sufrimiento tiene sentido si se aprende a reconocerlo y para nosotros eso se hace desde la fe. Hay que encontrarle sentido a la vida, incluso en las situaciones más extremas, fue lo que Frankl hizo en el campo de concentración nazi; es lo mismo que refleja el autor ruso Alexandr Solzhenitzin en su novela “Un día en la vida de Iván Denísovich” que es la vida de un preso en un campo de concentración soviético, o el cubano Armando Valladares en su autobiografía “Más allá de toda esperanza” sobre su experiencia en prisiones castristas.

Pero el sentido de nuestra vida personal y monástica es Cristo mismo, no anteponer nada al amor de Cristo, como nos dice San Benito[2], así asumimos la vida en plenitud. En definitiva se trata de aprender a amar, estamos en la escuela del amor, como nos dice la tradición cisterciense, no perdamos la oportunidad que se nos ofrece y los instrumentos que se nos dan.

P. PLácido Álvarez


[1] Mt. 7, 13-14,

[2] RSB 4, 21 y 72, 11.

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