Conversión a Dios.
- Monjes Trapenses
- 13 ene 2019
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6 de enero de 2019.
Un impulso fundamental de nuestra vida monástica es crecer en la conciencia de la presencia de Dios, de nuestra relación con Él y de la realidad de toda su creación, realidad que no depende de nuestra subjetividad sino de Dios. Para alcanzar esto hace falta la gracia, desde luego, que supone el quiebre de nuestras subjetividades, especie de burbujas o cavernas en las que vivimos. Se requiere nuestra colaboración con la gracia en el proceso de la conversión que es tanto intelectual[1] como moral[2] y espiritual[3]; conversión como un proceso de transformación que afecta la percepción de nosotros mismos, de todo lo que nos rodea y de Dios mismo.
Los seres humanos a menudo nos encontramos con envueltos en lo que llamaría “burbujas mentales” que dificultan mucho nuestra relación con Dios y con los demás, dificultan nuestro contacto con la propia realidad y con la de los demás. Esas “burbujas” son en parte maneras de pensar y de sentir reactivas y como “programadas” que nos dominan, a veces sin que nos demos cuenta; éstas están a veces relacionadas con ideologías sobre las que tratamos de cimentar y justificar, consciente o inconscientemente, nuestra visión, nuestros sentimientos y nuestra manera de actuar. Un ejemplo sencillo, y grave, es la ideología que sustenta el aborto provocado, pero hay muchas otras situaciones de menos monta pero que dan forma a una vida alienada. La vida monástica busca salir de esa alienación y hacia el encuentro de Dios.
Otra manera de enfocar sobre esta realidad es con la imagen de la caverna: vivimos como en una caverna y vemos sólo sombras de la realidad, que interpretamos como mejor podemos o en forma ya reactiva e ideológica, como indiqué. La imagen de la caverna ya fue planteada por el filósofo griego Platón hace muchos siglos para explicar el conocimiento humano limitado por muchos factores, y el rechazo del ser humano a un cambio de marco o paradigma para el conocimiento, porque ese cambio supone grandes desafíos para nosotros y la oposición de los que no quieren ver las cosas como son realmente.
Un punto importante de lo que Platón presenta en ese mito de la caverna es que el salir de ella conlleva un conocimiento de la divinidad, que nos acerca a la felicidad. Platón no quería vivir en el “mundo de lo opinable” sino en la verdad, la belleza y la felicidad, todas ellas relacionadas entre sí.
Desde luego, esta no es la manera ni la búsqueda en el mundo actual, en el cual una opinión se considera tan válida como cualquier otra simplemente porque surge de una subjetividad que realmente siente y percibe de una manera determinada una situación. Todo esto requiere conversión personal y social.
San Benito, desde luego, se interesa mucho por todo este proceso aunque su vocabulario sea muy diferente. Desde la primera line de la Regla nos llama a la escucha que es ya el comienzo para salir de la caverna, para romper la burbuja de nuestra subjetividad, de nuestros condicionamientos negativos, de nuestros caprichos, y la escucha para que pueda dar frutos supone una disciplina que él sintetiza en la obediencia y la humildad; la obediencia como algo sumamente concreto vivido en comunidad y la humildad como una actitud de fondo que nos abre a Dios en un proceso que dura toda la vida.
Como dice San Benito, nada de esto pretende establecer algo de por sí difícil sino llevarnos hacia la realidad, hacia Dios, hacia la libertad, todo lo cual significa felicidad.
P. Plácido Álvarez.
[1] Nuestro proceso de percepción.
[2] Nuestra relación con los demás y con nosotros mismos.
[3] Nuestra relación con Dios.
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