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Debilidad y fuerza.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 11 ago 2019
  • 3 Min. de lectura

11 de agosto de 2019.


Regreso a un tema que me han escuchado en otras ocasiones y que se ha conversado entre los profesos, que es el de la debilidad, o la fragilidad, como camino cristiano. Hay que volver sobre él porque es parte de nuestro esfuerzo por entender desde la fe nuestra vida en las circunstancias que nos toca vivir.

Evidentemente no somos una comunidad “poderosa” en números u organización, más bien lo contrario, y vivimos en un país no sólo arruinado, con un estado en proceso de colapso en las funciones que le son propias, sino también con un gobierno que no quiere o no sabe corregir rumbo para responder a sus deberes básicos de cara a la ciudadanía.

Este estado de cosas ¿de alguna manera desmerece o imposibilita nuestra vida monástica? Se puede argumentar que por el contrario le da un sentido y nos coloca en el camino de una comprensión profundizada de lo que significa ser monje cristiano, monje trapense.

El cristianismo no es la religión del poder, basta con contemplar cómo se realiza nuestra salvación, se realiza en la cruz, en extrema debilidad y sufrimiento. Por otra parte, tenemos el testimonio de San Pablo con respecto a su experiencia personal, nos dice que ante su petición de librarlo de una debilidad cuya naturaleza no menciona, el Señor le contestó: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Y añade: Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo[1].

Que resida en mí el poder de Cristo, que resida ese poder en mi debilidad, esto debe informar y condicionar nuestra actitud básica en las situaciones que nos toca vivir, dependemos del poder de Cristo.

¿Qué podemos aprender de nuestra situación? Aprender a vivir el presente desde la fe, lo que implica muchas cosas tal como abrir lo más profundo de nuestro ser para entregarlo sin reservas al Dios que se ha hecho débil en Cristo, que se hace íntimo no en nuestra fuerza sino en nuestra debilidad.

A causa de nuestra debilidad tememos el futuro porque nos damos cuenta que no podemos controlarlo, nos sentimos expuestos y sin defensa, y ese sentimiento surge porque sin darnos cuenta estamos enraizados en una mentalidad que valora este mundo como si fuera lo único, aunque en cierto nivel de nuestra conciencia sepamos que no es así, que este mundo es limitado, y que las fronteras de esa limitación tenemos que cruzarlas, no sólo en la muerte sino empezando ya con la liberación de todo nuestro ser en la conformación con Cristo.

Con la resurrección el Señor rompe todos los límites de este mundo sin dejar su humanidad, y a esa humanidad nos aferramos asumiendo la propia en el presente con todos sus desafíos. La vida monástica es el camino de esa humanidad que quiere transformarse para alanzar por la gracia la forma de Cristo.

Hacer este camino es imposible si no asumimos nuestra debilidad. Hacer este camino es mirar de cara a la cruz reconociéndola en la propia vida, tarea ardua que sólo vale la pena asumir por causa del amor, del amor a Cristo y en él a nuestra propia humanidad.

Ya vimos que la debilidad no es sólo personal sino la que se vive en la comunidad y la sociedad. No es malo desear una comunidad más fuerte, siempre y cuando no pongamos en esa fortaleza nuestra esperanza y nuestra seguridad.

No es malo desear una sociedad más justa donde las personas puedan vivir más dignamente sin el acoso constante de la carestía y la violencia, todo lo contrario, pero ese deseo no debe desplazar el de Dios y su Reino, y ese Reino no coincide simplemente con ninguna situación socio-económica o política, aunque hay situaciones que están en camino al Reino y otras en contra, y no somos indiferentes a esa diferencia.

El presente en el que la debilidad se hace manifiesta es una invitación a ir a la raíz de las cosas, invitación a vivir a fondo la fe que nos sostiene; cuando se es débil es mucho más difícil aparentar. La debilidad nos hace más verdaderos, más cristianos, más monjes, si decidimos vivirla en una entrega confiada en quien superó la muerte con la resurrección y que por lo tanto está presente entre nosotros.

En nuestra debilidad se manifiesta la fuerza de Dios, con esa fe avanzamos por nuestro camino, atentos al Espíritu de Dios y construyendo el futuro que Dios nos pide.

P. Plácido Álvarez.

[1] 2 Cor. 12, 9.

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