El amor de Cristo.
- Monjes Trapenses
- 22 sept 2019
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22 de septiembre de 2019.
Hay dos expresiones en la Carta a los Romanos, en el capítulo ocho, que conviene mantener presentes, especialmente en situaciones difíciles.
La primera es: Dios interviene en todas las cosas para el bien de los que lo aman[1]. La segunda es que nada podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor[2].
Por lo general leemos estas palabras y nos gustan, raro sería que no lo hicieran, pero no nos damos la oportunidad de que entren profundamente en nosotros y así transformen nuestra actitud ante la vida, particularmente en las dificultades.
Dios interviene, o coopera –es la traducción más literal del griego (synergeo)- en nuestra vida para que alcancemos el bien que necesitamos, pero es Él quien determina ese bien porque nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. Se requiere una actitud contemplativa basada en la fe para entender esto. Dios coopera con nosotros en todo para nuestro bien y tenemos que estar muy atentos al movimiento del Espíritu en nuestras vidas para detectarlo y asumir un camino vital; es preciso escuchar, como nos pide San Benito.
Para escuchar nos hace falta hacer silencio y descender a esa profundidad en la que Dios habla; la profundidad de nuestro propio ser y la de la realidad de las otras personas en las que Dios se manifiesta; necesitamos entender desde esa profundidad las circunstancias que nos toca vivir y la creación entera, porque es de esta manera que Dios coopera con nosotros: revelándosenos, con los infinitos matices de las facetas de su sabiduría. Porque se trata no sólo de escuchar sino también de contemplar y de palpar[3]. Revelándose de todas estas maneras Dios coopera con nosotros, interviene en nuestras vidas para nuestro bien mostrándonos el camino de la vida verdadera.
La segunda afirmación de San Pablo: nada podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor, debe también penetrar profundamente en nosotros, debemos repetirla asiduamente para compenetrarnos con ella. Sufrimos dificultades a través de la vida pero no podemos ser separados del amor de Cristo.
No se produce un quiebre entre nosotros y Cristo sin que nosotros mismos lo produzcamos, y necesitamos la fe que nos mantiene firmes en los momentos difíciles porque sabemos que somos amados y que las dificultades nos transforman, sabemos que ellas nos llevan a una profundización en el verdadero amor, que es siempre sacrificial, y por lo tanto supone una entrega.
Cristo se ha entregado a nosotros radicalmente, manifestando así el amor inquebrantable de Dios y nosotros respondemos igualmente, también con fe y esperanza.
La vida monástica está inserta en este constante desafío del amor, el constante desafío a una entrega en la fe y la esperanza. Dios sí coopera en todo para nuestro bien y nada puede apartarnos de su amor, y para mantenernos en el curso de ese amor tenemos pautas entre las cuales resaltan la escucha y la obediencia, sin éstas la entrega carece de sentido, pero lo que nos mueve en el fondo es el amor, esa es la dinámica que da sentido a todo.
No anteponer nada al amor de Cristo[4] según nos dice San Benito porque sabemos que en eso está la vida verdadera.
P. Plácido Álvarez.
[1] 8, 28.
[2] 8, 39.
[3] Cf. 1 Juan 1,1.
[4] Regla de San Benito 4, 21..
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