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Foto del escritorMonjes Trapenses

El demonio.


19 de enero de 2020.


Hace poco celebramos la memoria de San Antonio Abad. San Atanasio en su escrito sobre San Antonio resalta la lucha de este patriarca del monacato con los demonios; San Antonio los enfrenta sin cansarse y ellos no se cansan de atacarlo. Esto nos dice algo acerca de toda la vida monástica hasta el día de hoy. Hay una lucha en lo externo, que es lo que la Vida de San Antonio enfatiza, pero también una lucha en el interior del corazón de monje, y hay una relación entre ambas cosas que San Atanasio no pasa por alto y no debemos hacerlo nosotros tampoco.

La lucha en lo externo a su vez no tiene que ver sólo con los ataques al monje sino con la lucha de la Iglesia contra el mal, contra el demonio; nuestra situación no es diferente, eso tampoco debemos pasarlo por alto. San Atanasio estaba muy consciente de esa realidad.

Los ataques externos del demonio hoy en día los podemos conocer con un poco de discernimiento, no son por lo general tan obvios como en la época de San Antonio; no hay por eso que ignorar cosas como los acosos de ruidos, visiones y cosas parecidas que se dan hoy como entonces.

Pero hoy en día hay ataques más sutiles pero no menos efectivos, cuando el demonio con su influencia genera situaciones adversas, como por ejemplo las que provocan las ideologías de diferente tipo: sociales, políticas y culturales, que conllevan incluso persecuciones, y que requieren de nosotros decisiones que no son fáciles de tomar. El ataque más sutil y poderoso es el que atenta contra la unidad.

Pero más importante quizás es el acoso interior, llamémoslo así, que afecta los pensamientos y los deseos, que inducen a la ira, la lujuria, el desánimo, la desorientación, la depresión y cosas semejantes. Debemos de tener conciencia de estas posibilidades, y no debe de resultarnos extraño, todo lo contrario, es parte integral de la vida del monje y todo ello es una invitación a profundizar en la fe porque la liberación y la paz provienen de ella.

El otro aspecto de la lucha contra el demonio, que tiene relación con todo lo anterior, es cómo ella desaloja al maligno y reduce su poder en este mundo. San Antonio, y los monjes con él, avanza en el desierto que era considerado posesión del demonio, y éste se enfurece pero no puede evitarlo porque es por el poder de Cristo que se produce ese avance. Nosotros en nuestra vida de separación del mundo tenemos esta misma tarea y por eso somos atacados.

Nuestra vida, y por lo tanto nuestra presencia, hacen avanzar el Reino de Dios y esto enfurece al demonio ¿Creen que nos va a dejar tranquilos? Tenemos que tener conciencia que parte de lo que sufrimos se debe a este aspecto de nuestra existencia.

El contraataque del demonio toma las formas que ya describimos; trata de alterar nuestro empeño, nuestra pureza de corazón, nuestra paz, nuestra comunión, y a nosotros no nos queda más que enfrentarlo, pero es importante saber lo que enfrentamos y por qué.

La vida monástica no consiste en tener una paz superficial o ficticia sino la que surge de una confianza en Dios que nos lleva a vencer en la prueba, y que incluso cuando fallamos nos perdona y nos da fuerzas para seguir adelante.

San Antonio vivía una profunda paz en medio de una tremenda alharaca que el demonio armaba, sus discípulos se asustaban pero él no, y no porque no sintiera o viera sino porque no temía, él sabía en quien había puesto su confianza, al igual que San Pablo quien dice: Por eso soporto esta prueba. Pero no me avergüenzo, porque sé en quién he puesto mi confianza, y estoy convencido de que él es capaz de conservar hasta aquel Día el bien que me ha encomendado[1]. Y cuando dice: Soportamos en nuestra propia carne una sentencia de muerte, y así aprendimos a no poner nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos[2].

Ni San Antonio ni San Pablo ponían su confianza en sí mismos, nosotros tampoco debemos hacerlo; centrados en Dios podemos vencer al demonio y esa es nuestra tarea, para nuestro propio bien y el de la Iglesia.

P. Plácido Álvarez.


[1] 2 Timoteo 1, 12.

[2] 2 Corintios 1, 9.

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