La vida de todo cristiano, en especial la del monje, se desarrolla en una lucha constante consigo mismo y con los demonios, y es importante darnos cuenta que lo que el demonio hace es manipularnos. San Antonio tenía esto muy claro; en el capítulo 41 de la Vida de Antonio por San Atanasio se da una discusión entre el santo y el demonio en la que éste señala que él usa lo que hay en el monje, o sea, nos manipula.
Cuando experimentamos dificultades por lo general están implicados ambos aspectos mencionados: la dinámica interior nuestra y la acción del demonio. Necesitamos entender, para poder enfrentar ambas adecuadamente, este juego entre nuestra realidad, que incluye nuestra libertad, y la influencia del demonio.
Es necesario discernir la diferencia entre un aspecto y el otro, porque enfrentar nuestra propia dinámica no es lo mismo que enfrentar al demonio, aunque el demonio influye sobre nosotros y eso puede dificultar saber qué es qué. Las tentaciones tienen origen en nuestros impulsos, algunos legítimos en sí mismos, pero que por nuestra falta de fundamentación en Cristo son utilizados por el demonio.
Las dificultades generadas por nuestras debilidades se enfrentan con la oración, la perseverancia en la fe, los sacramentos, la paciencia y la manifestación de lo que nos aqueja a quien corresponde.
El demonio busca insertarse en la dinámica difícil de las opciones que los seres humanos debemos hacer para él tomar control de la situación y llevar a la persona hacia donde él quiere. El camino que se nos señala como solución a las dificultades nos dice quién lo sugiere ¿Es el camino de la fidelidad, del amor de Dios, de la entrega radical, o nos impulsa a abandonar el camino asumido y movido por el Espíritu de Dios discernido adecuadamente?
¿Nos impulsa a la rebeldía, a pensamientos de tristeza y desanimo, a la crítica acerba o cualquiera de muchas otras cosas que pueden apartarnos del amor de Dios? Por los frutos los conocerán, y por esos hechos se delata la intervención del demonio.
Pero debemos ver siempre la parte positiva: en la pruebas profundizamos en la fe y descubrimos el piso firme del amor de Dios sobre el cual construimos nuestro camino movidos por el Espíritu de Dios. Ese piso puede ser una experiencia escondida pero con la perseverancia se hace manifiesto y el demonio es derrotado.
A los demonios se les enfrenta con algunas de los mismos elementos con que enfrentamos nuestras debilidades: la oración, los sacramentos y los diversos sacramentales y actos de piedad, pero hay que añadirle la determinación de descartar el miedo, aunque es evidente que la posibilidad de hacerlo es una gracia; la clave es el amor a Dios, donde ese amor prevalece no hay temor, como nos dice la primera carta del Apóstol Juan: En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor.[1]
El demonio busca crear miedo para aislarnos, pero el amor a Dios nos llena de confianza y nos abre. Las multiformes manifestaciones del poder del mal tienden a infundirnos miedo pero el amor de Dios nos lleva hacia la serenidad de saber que la historia, la personal y de la humanidad, están en manos de Dios; el demonio busca hacernos dudar de esa realidad.
Este intento de generar miedo a veces lo produce con fenómenos extraordinarios, que San Antonio también menciona, son intentos de manifestar su poder, pero el santo nos dice cómo proceder en esos casos: ignorarlos o repudiarlos si es necesario. No deben retener nuestra atención, nuestro tiempo es para Dios.
Somos débiles y es a través de la debilidad que el demonio busca insertarse en nuestra vida, no sólo incitándonos a pecar sino infundiéndonos dudas acerca de Dios y de nosotros mismos, de nuestro futuro y de nuestra felicidad, también mostrando poder en este mundo.
El demonio nos daña atacando nuestra debilidad, que es muy real, pero él en sí mismo es muy débil, San Antonio reitera esto muchas veces. Si nos encuentra centrados en Dios entonces Dios se ha convertido en nuestra fuerza y el demonio se ve privado de cualquier posibilidad de hacernos daño; claro que lo va a intentar y de muchas maneras, la lucha de San Antonio es esa, la nuestra también, pero en definitiva el demonio tiene que someterse a Cristo quien lo ha sometido con su muerte y resurrección.
San Benito también estaba muy consciente de estas realidades, que son parte de la vida monástica, pero sabe –como lo sabía San Antonio- que en la oración y la fidelidad a nuestra forma de vida encontramos nuestro camino hacia Dios que el demonio puede perturbar pero no cerrar. Jamás debemos desesperar de la misericordia de Dios[2]nos dice San Benito y confiados en esa misericordia enfrentamos nuestra debilidad y los demonios.
P. Plácido Álvarez.
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