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Foto del escritorMonjes Trapenses

El diluvio.




El diluvio universal[1] es uno de los eventos del Antiguo Testamento cuyas imágenes han quedado como referencia especial para meditar acerca de la relación entre Dios y su pueblo, más aún, han servido para meditar, en el proceso de la Lectio Divina, acerca de la historia de las personas tomadas individualmente.

El Beato Guillermo de Saint Thierry en su tratado acerca de la contemplación de Dios recurre a esta imagen del Libro del Génesis para abordar la situación en la que él invoca al Espíritu Santo para que venga en su ayuda, y en la del pueblo cristiano, para poder entender más a fondo la vida personal en el contexto de la vida del mundo.

Comienza diciendo: Señor, danos tu Espíritu, envíalo y serán creadas todas las cosas y renovarás la faz de la tierra[2]. Él vincula esto al diluvio que es renovación precedida por destrucción. La imagen de las aguas la refiere al tumulto interior del ser humano y de su historia personal y también de la colectiva. Dice:

Porque no es el diluvio de muchas aguas, es decir: en la confusión y perturbación de múltiples y diversos afectos como nos aproximamos a ti… Haz soplar tu Espíritu sobre la tierra para que se retire el mar… y que aparezca el desierto sediento del manantial de la vida[3].

El uso de la palabra desierto en la traducción hace pensar en el cruce del Mar Rojo, pero no es ese el sentido, sino tierra seca o árida que aparece en el tercer día de la creación cuando se retiran las aguas[4]; en este caso significa la tierra firme una vez retirada la confusión y la tribulación que se descubre seca y anhelante de la fuente de la vida.

¿Cuán a menudo nos descubrimos como inmersos en las aguas de la confusión y la tribulación? Era la experiencia de Guillermo, y él nos llama a ver en ellas un proceso de purificación –como las aguas del diluvio-, para alcanzar el conocimiento de Dios.

En consonancia con el relato del diluvio Guillermo se refiere también a la paloma: Que venga la Paloma, tu Santo Espíritu, tras la expulsión del ave que se cierne sobre los cadáveres[5].

Guillermo juega aquí con varias imágenes: la de la paloma que después del diluvio regresa con la rama de olivo, la Paloma que es el Espíritu Santo que se revela en el bautismo del Señor y los cadáveres de animales sacrificados por Abran.

El Espíritu Santo toma el lugar de la negatividad de las aves carroñeras. La imagen es fuerte pero reveladora de la situación en la que a veces nos encontramos; nosotros llamamos al Espíritu para que nos fortalezca y guíe en medio de los desafíos de la confusión del tiempo presente.

Y las dificultades no son sólo personales, cosa común para los monjes, sino que las vivimos en un mundo cada vez más confundido y violento en el que los cristianos, particularmente los católicos, somos cada vez con mayor frecuencia objeto de ataques incluso violentos. Pero al diluvio sigue la nueva realidad que el Espíritu anuncia, luz y paz. Los monjes vivimos de esta fe con esperanza y amor.

P. Plácido Álvarez.

[1] Génesis 7, 6ss. [2] Sobre la contemplación de Dios, pp. 64-65. Serie Padres Cistercienses, n°1. Monasterio N.S. de los Ángeles, Azul Argentina, 1976. [3] Ibíd., p. 65. [4] Génesis 1, 9. [5] Ibíd., p. 65. Génesis 15, 11.

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