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El sufrimiento.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 6 ene 2019
  • 3 Min. de lectura



El sufrimiento es una realidad que los seres humanos no podemos dejar de experimentar. No es lo que Dios ha querido para nosotros, pero es el resultado de la contaminación del pecado que se ha introducido por el mal uso de nuestra libertad. Cristo, sin embargo, ha revertido ese camino y hace de él nuestra liberación, esto queda perfectamente claro en su vida, pasión, muerte y resurrección.

Se produce un estancamiento en nuestro crecimiento espiritual cuando no queremos asumir el sufrimiento que nos toca. La lucidez propia de la fe nos abre el camino porque en la medida en que asumimos el sufrimiento desde la fe, en esa misma medida nos hacemos más reales como seres humanos, más auténticos seguidores de Cristo y colaboradores de su obra de liberación, que empieza con nosotros mismos.

Asumir el sufrimiento significa abrirse para que la voluntad de Dios se realice en nosotros, significa decir “amén” a una pérdida, o a lo que sentimos como una; significa asumir sin reservas un camino que hubiéramos preferido no recorrer pero que lo hacemos porque lo percibimos como llamado de Dios a una amor más pleno.

La imagen que resume esto es Jesús en la cruz con su costado abierto; indefenso en una situación insoportable, pero entregado a un amor que él sabe lo ha traído allí. Brazos extendidos, manos clavadas, costado abierto son realidades que revelan un camino espiritual muy difícil pero redentor.

Sabemos que a la crucifixión y muerte sigue la resurrección, e incluso los que vivimos en este mundo y todavía llevamos nuestra cruz, nos encontramos ante una transformación por la que caminamos cada vez más de la mano del Espíritu de Dios.

Nuestro presente, por muchas diferentes razones, conlleva sufrimiento y necesitamos tener conciencia de esta realidad para poder trabajarla desde la fe. En varias ocasiones hemos conversado sobre el carácter apocalíptico de nuestro presente, con lo que lleva de desorientación, duda, angustia, lucha espiritual intensa; sabemos que estos elementos son los centrales en el Apocalipsis, mucho más que una fecha concreta predecible. También hemos dicho que, por paradójico que suene, estas visiones de la realidad espiritual nos llenan de esperanza porque en ellas se anuncia la victoria de Dios que puede hacerse realidad en nosotros.

El sufrimiento vivido desde la fe debe llenarnos de esperanza porque sabemos que estamos en el camino de la liberación[1], en el camino que el Señor mismo trazó para que se realizara la voluntad del Padre sin violar la libertad humana; pero nosotros, como el Señor, debemos decir amén[2]. Somos libres para decirlo o no, pero en eso nos jugamos nuestra vida con el Señor y por lo tanto nuestra felicidad definitiva.

Estamos en transición; toda nuestra vida es un camino, pero en él nos encontramos con encrucijadas, en momentos de crisis, y crisis en su raíz griega significa decisión, y el punto de decisión es uno de transición o cambio. El Apocalipsis mismo apunta a una transición cósmica fundamental. Entonces la realidad debemos enfrentarla desde esta perspectiva: el sufrimiento es una trasformación y ese hecho nos llena de esperanza; en la fe sabemos que el sufrimiento no dura para siempre, tampoco las circunstancias que lo generan.

En definitiva estamos hablando de la conversión que es central en la Regla de San Benito, y no en balde nos dice en el prólogo de la Regla: no abandones enseguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que al principio debe ser forzosamente estrecho[3]; es verdad que nos habla de la disciplina monástica y el sufrimiento que conlleva, pero no es sólo la disciplina sino la dinámica propia del proceso humano en general en el que el sufrimiento es un elemento ineludible.

Pero San Benito enseguida añade: Sin embargo, con el progreso en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón con la inefable dulzura del amor, se corre por el camino de los mandamientos de Dios[4]. Pero nos advierte que participaremos en los sufrimientos de Cristo con la paciencia[5] para merecer compartir el Reino[6].

El sufrimiento nos ubica ante la realidad del pecado que necesitamos superar para alcanzar la plenitud y la felicidad a la que hemos sido llamados, y no debemos olvidar que San Benito tiene esto muy en cuenta, por eso nos dice en el Prólogo de la Regla citando un salmo: ¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días felices?[7] La invitación es siempre a la felicidad, pero pretender felicidad sin sufrimiento es un engaño destinado al fracaso.

Entonces asumamos nuestra vida con Cristo tal y como se nos presenta con fe, esperanza y amor, perseverando en una entrega sin reservas, contemplando al Señor tanto en la cruz como en su resurrección, y contemplándolo presente entre nosotros.

P. Plácido Álvarez.

[1] Mc. 13, 29-32.

[2] Cf. Mt. 26, 39.42.

[3] Regla de San Benito (RSB) Prólogo, v. 48.

[4] Ibíd. v. 49.

[5] Ibíd. v. 50.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd. v. 15

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