La travesía del pueblo judío por el desierto, como nos la describe el Éxodo está llena de desafíos que ponen a prueba su fe y que le van a manifestar el poder de Dios.
Recientemente escuchamos en el primer nocturno de Vigilias, y vamos a escuchar en la primera lectura de la Misa hoy, el incidente del agua en Meribá, en el que se plantea una pregunta válida para todos los tiempos: ¿Está Dios con nosotros?[1] Las dificultades nos llevan a dudar y en esa duda se revelan nuestra debilidad y nuestra necesidad, probablemente también nuestra falta de fe. En la Cuaresma se nos invita a ver nuestra debilidad y nuestra necesidad, y ver la relación de nuestra fe a esas realidades.
El pueblo se siente apremiado por la sed y pregunta por qué Dios lo ha conducido de esta manera; no sólo pregunta sino que se rebela culpando a Moisés, dicen: “¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?”[2]. Y lo hacen porque ya no ven en Moisés la presencia de Dios, su necesidad ha nublado la realidad.
¿Por qué Dios nos conduce por este camino en el que ahora sentimos sed acuciante? Es una pregunta que como personas a veces nos planteamos en la vida, pregunta que puede plantearse también todo un pueblo, como lo hace Israel. Ante la prueba lo que dejamos atrás parece mejor, o menos malo, que lo actual; no entendemos el plan de Dios; hemos dejado de mirarlo a Él y a su promesa.
Pero es necesario confiar para que la promesa se haga realidad, y aun cuando ésta se realiza no lo hace plenamente, hay más que va a requerir más aún. La promesa de la tierra es sólo un paso, la Ley es sólo un paso, sólo Cristo es la plenitud pero en la cruz esa promesa insospechada de la resurrección –todavía incomprendida- va a parecer totalmente velada, pero no dejará de realizarse.
Para contemplar hay que perseverar, lo que significa marchar de la mano de Dios a través de muchas vicisitudes. Esto lo tenían muy claro los padres y las madres del monacato. Estamos en un desierto, sí, en el que se producen milagros, es verdad, pero entre una y otra cosa se da un purificación que nos transforma en agentes transparentes de la gracia, una transformación que nos conforma a Cristo.
¿Está Dios con nosotros? Cada uno tiene que responder desde su libertad, pero es necesario recordar las maravillas que Dios ha hecho por nosotros y también preguntar: ¿qué quieres de mí Señor? Y escuchar la respuesta que quizás no es la que deseamos, pero es la que hay que asumir porque nos lleva a la verdad y a la plenitud.
A Israel se le olvidaba que Dios había hecho maravillas, por eso tantos textos le recuerdan al pueblo esos hechos; a nosotros también se nos olvida y es necesario repasar nuestro camino, ver nuestra vida con los ojos de la fe para detectar la presencia de Dios aquí y ahora.
La gracia, como agua, también brotará para nosotros, pero tenemos que confiar, esperar, recordar y actuar fielmente.
P. Plácido Álvarez.
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