18 de octubre 2020.
La encíclica del Papa Francisco titulada “Hermanos Todos” ha suscitado algunas reacciones negativas, era de esperar porque nunca un documento papal logra complacer del todo a todos, pero algunas críticas violentas y desconsideradas me han impulsado a reflexionar sobre el tema de la amistad que es una de las bases del documento. Sabemos lo importante que la amistad y la fraternidad han sido en la tradición cisterciense.
Debo decir que no he leído todo el documento ni lo he analizado a fondo, pienso hacerlo pronto, pero pretendo por el momento reflexionar algunos elementos desde el sentido de nuestro carisma y nuestra tradición.
La amistad supone diferencia entre los amigos, igualmente la fraternidad. No somos todos iguales ni podemos serlo, aunque lo seamos en dignidad, pero en la diferencia tenemos el deber de entendernos y relacionarnos como diferentes dentro de una misma humanidad, es el sentido más profundo del ecumenismo y de la búsqueda de la paz mundial y es también lo que debe dinamizar la vida comunitaria.
Se hace necesaria una mirada respetuosa ante el que es diferente. Especialmente cuando la diferencia con esa persona o grupo es más notable. Eso es algo que no se da muy amenudeo hoy en día, y el Papa señala esta realidad, especialmente señalando a las redes sociales como lugares en los que se manifiesta más abiertamente la hostilidad.
Fraternidad y amistad suponen también un diálogo constante porque el diálogo es un vehículo de conocimiento, y la falta de conocimiento es el ambiente propicio para el conflicto y la violencia, a menudo tememos lo que no conocemos. El Papa señala algo al respecto al pedir apertura de mente y la necesidad de contactos que nos permitan fomentar la fraternidad y la amistad. Pero hay que reconocer que el diálogo no es una panacea, particularmente cuando falta el respeto mutuo, más aún cuando falta el deseo de diálogo y se busca la imposición.
La disponibilidad para el diálogo surge del conocimiento de nosotros mismos a la luz de principios de fe que nos dan confianza en la naturaleza misma de la realidad creada por Dios, confianza en su bondad y en que de ella surge un llamado al encuentro con el otro y que éste nos va a hacer avanzar el conocimiento más pleno de la realidad toda, incluyendo a nosotros mismos; realidad que nos da confianza en la posibilidad de la amistad y la fraternidad, porque ellas están anidadas en esa realidad gracias a un origen común y una naturaleza humana común. Esos principios que superan toda división constituyen la posibilidad de la unión en la diferencia.
El panorama que he esbozado no pretende dejar fuera aspectos de la realidad que militan contra la amistad y la fraternidad, son cosas que vemos todos los días en nuestro entorno y el Papa las menciona, pero es necesario tener clara la visión que esas realidades negativas surgen de una distorsión que necesita ser corregida, distorsión que divide, fragmenta, opone; si no tenemos claro este punto no hay camino de salida a nuestra tragedia. Y el camino de salida supone conversión, cambio de mentalidad y de visión. Creo que el propósito principal del Papa Francisco es hacernos ver estas realidades y alentarnos en los cambios necesarios.
El Papa no pretende – a pesar de lo que dicen algunos críticos - que se genere una “religión universal” en la cual se borren todas las diferencias, o en la cual se pretenda que las diferencias no tienen importancia.
La Iglesia pretende que enfrentemos las diferencias con amor y que dejemos el juicio final en manos de Dios; tampoco pretende un gobierno mundial dirigido por una élite que sofoque las diferencias e imponga un único modelo de economía, de desarrollo social y de cultura, es más, la Iglesia se opone a todo ello.
Al llamar a la fraternidad y a la amistad es necesario enfrentar los problemas que agobian al mundo, y como ya dije, enfrentarlos de manera diferente a lo que se hace generalmente, este es el mensaje del Papa.
El análisis de los problemas concretos es complejo y quizás estemos en desacuerdo con la manera que el Papa lo hace, las informaciones que toma en cuenta y cómo arma tan difícil rompecabezas. Es posible y legítimo estar en desacuerdo en esta área, pero debe ser un desacuerdo razonado y bien fundamentado, aunque dada la complejidad es posible que tampoco sea posible otro análisis totalmente coherente. Pero quizás sí sea posible avanzar en el diálogo.
Como monjes necesitamos una visión realista de nuestra situación personal, comunitaria y social; necesitamos profundizar en la conversión a la que siempre somos llamados, y a una apertura al Espíritu de Dios que renueva toda la tierra y nos eleva a un futuro glorioso que se toca con el presente, y la clave -bien lo sabemos- es el amor fuente de toda fraternidad y amistad.
Cultivamos el amor con un desprendimiento total que nos coloca en manos de Dios de dónde todo procede y hacia dónde vamos. No anteponemos nada al amor de Cristo y en él lo recibimos todo; la vida contemplativa se centra en esto, no perdamos la perspectiva y demos gracias por lo que hemos recibido.
P. Plácido Álvarez.
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