9 de febrero del 2.020.
La Divina Comedia de Dante Alighieri es un clásico de la literatura universal, en verso, que describe el paso del poeta –Dante mismo- por el infierno, el purgatorio y el cielo. Muchos han concentrado su atención en esta obra maestra de la lengua italiana desde el punto de vista de la poesía, otros se ha esforzado por colocarlo en su contexto histórico –algo necesario ya que a él alude Dante a todo lo largo de la obra-, pero hasta donde yo sé pocos se han ocupado del aspecto espiritual, aunque marginalmente tocan sobre el moral, que en todo caso a Dante interesa.
En la medida que Dante y su guía, el poeta latino Virgilio, van descendiendo por los círculos del infierno van encontrando niveles cada vez más graves de vicio y pecado que son castigados en cada nivel, exceptuando el primero en el que están los grandes filósofos y poetas que no conocieron a Cristo y por eso están allí pero sin sufrir, sólo carecen de esperanza.
Es una obra muy compleja, como suelen ser los grandes clásicos, combinando muchos aspectos de la realidad personal y social, y a muchos niveles. A mí me impactó una imagen en el Infierno por lo que dice acerca del proceso humano espiritual y de la resistencia de los demonios; es la ciudad amurallada que sólo abre sus puertas cuando un ángel desciende y las fuerza[1].
La imagen de esa ciudad amurallada llamada Dite, residencia de Satanás, a la que Virgilio se refiere como de rebeldes ciudadanos y poderoso ejército[2], surge en el nivel en el que se castiga la ira y la soberbia; los demonios se niegan a dar paso a pesar de las exigencias de Virgilio, y para el pánico de Dante, porque los demonios dicen que Virgilio se queda y Dante tendrá que regresar solo por donde vino. Virgilio sin embargo le dice: No temas, Nuestro paso no puede detenerlo nadie. Tal es quien nos lo ha concedido[3]. O sea, ha sido concedido por el cielo y por lo tanto no hay forma que ellos puedan ser impedidos de pasar.
Sin embargo, Virgilio no logra persuadir a los demonios quienes se encierran en el castillo. Virgilio queda un poco desanimado, lo cual asusta a Dante, pero el poeta le dice que no tema porque igual intentaron detener a Cristo cuando descendió a los infiernos, pero que no podrán resistirse ahora como no pudieron entonces. Y le dice: Tranquilízate, que conozco bien el camino. Este pantano, que exhala tan gran fetidez, circunda la ciudad del dolor, en la cual ya no podremos entrar pacíficamente[4].
Se asoman entonces en lo alto de la muralla una serie de monstruos que representan diversos vicios, y Virgilio obliga a Dante a volverse para no verlos, y a poco aparece un ángel que se llega a la puerta, la toca con una varita y ésta se abre, y dice el ángel: ¡Oh gente despreciable, arrojada del cielo!… ¿En qué se funda esta arrogancia? ¿Por qué se oponen a aquella voluntad que no puede dejar de cumplirse?
La imagen de este castillo con sus demonios y monstruos dice mucho acerca de la realidad espiritual de la ira y la soberbia. Las relaciona a una resistencia irracional a la voluntad de Dios, y cuando nosotros experimentamos ira y soberbia es ese encerramiento lo que sentimos. Es necesario que nos dejemos persuadir por un diálogo que nos muestre la voluntad de Dios. Pero a veces nuestra resistencia es tal que sólo por la gracia del ángel puede abrirse nuestro corazón. Desde luego la gracia siempre está presente llamándonos, pero en casos extremos hace falta un milagro.
¿No somos nosotros mismos a veces una ciudad amurallada y cerrada sobre sí misma? Y eso es un infierno. No nos persuaden ni la razón ni el arte, que es lo que Virgilio simboliza. Los que están en el infierno ya no tienen remedio, pero a Dante se le concede hacer esta travesía para que aprenda, porque para él todavía hay posibilidad de salvación si atiende a Virgilio que lo guía, y si aprovecha la gracia que se le ha concedido; en este caso del paso por el infierno, una gracia que llena de terror, pero gracia al fin, que sacude para tomar el camino correcto, para abrirse.
Todos estos elementos se hacen presentes en nuestra vida de una manera o de otra y Dante cuenta su experiencia poéticamente para nuestro beneficio. Nos hace falta conocer el infierno de alguna manera para convertirnos y evitar caer en él. Este es el proceso de conversión, tocar los elementos de infierno en nosotros, la presencia del mal y de nuestra resistencia a Dios. Reconocer y enfrentar la soberbia y la ira. Todo eso es esencial a la vida monástica, los padres del desierto y San Benito nos indican el camino de la humildad y la obediencia que vecen el mal, pero es una lucha y vale la pena.
En la parte más alta del cielo Dante se encuentra con San Bernardo, antes de encontrarse con la Virgen, nos muestra así la meta y la esperanza, pero para llegar allí hay que hacer un largo camino para el que necesitamos realismo y conciencia del mal, necesitamos paciencia y humildad, pero es posible llegar y la meta no cambia; en lo alto nos espera Cristo y en el camino recibimos abundante ayuda.
P. Plácido Álvarez.
[1] El infierno, cantos 8 y 9.
[2] 8, 67.
[3] 9, 103.
[4] 9, 28-31.
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