La derrota del mal en la muerte.
- Monjes Trapenses
- 2 dic 2018
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2 de diciembre, 2.018.
La derrota fundamental del mal se da paradójicamente en la muerte, pero esto no es lo que espontáneamente sentimos y pensamos; sin embargo, es lo que sucede con la muerte de Cristo y su resurrección, y es un don para nosotros.
El mal pretende usar la muerte, que él mismo ha procurado, como instrumento definitivo para su victoria, pero cuando el Señor asume la encarnación y con ella la muerte, lo derrota en su propio campo. Cuando el demonio se lanza con toda su ferocidad contra Cristo cree que va a vencer y que ha vencido, pero cae en su propia trampa; esto lo reflexionaron algunos teólogos medievales a su propia manera.
Con el pecado entró la muerte, nos dice San Pablo[1], igualmente el libro del Génesis[2], y así oprime, controla al ser humano. El ser humano siente esa opresión y teme el fin, quizás suponiendo que no tiene salvación ante la maldad que la muerte significa, ni ante la maldad en este mundo que va de la mano de la muerte; a menudo esto no es consciente pero nos condiciona. Una vez que se entra en comunión con Cristo, y los mártires lo demuestran, el demonio ha sido derrotado en ese campo fundamental[3], sin embargo, tenemos que hacer nuestra esa victoria y eso no es fácil.
Hay otros elementos, además del miedo a la muerte, que el demonio usa para atacar a la humanidad; debemos recordar lo que nos dice el Apóstol Pedro:
Les prometen la libertad, siendo ellos mismos esclavos de la corrupción: porque uno es esclavo de aquello que lo domina. En efecto, si alguien se aleja de los vicios del mundo, por medio del conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, y después se deja enredar y dominar de nuevo por esos vicios, su estado final llega a ser peor que el primero[4].
Por medio de los vicios pretende enredarnos, pero no sólo con ellos sino con cualquier cosa que nos aleje de Cristo y acerca de lo cual trata el Nuevo Testamento, por ejemplo: teorías falsas y discusiones vanas[5].
Un punto central del ataque del demonio es contra la humildad, desde el principio ha sido así, el Génesis pone en boca de la serpiente: Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal[6].
La soberbia busca la vida plena por los propios medios, busca la divinización contra Dios, no espera el don, no hay humildad para eso, y lo que produce es la muerte, ya el Génesis nos lo advierte.
El Señor le dijo a Caín:
“¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja? Si obras bien podrás mantenerla erguida; si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo”. Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos afuera”. Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató[7].
Aquí está la tragedia del pecado y la muerte, la soberbia que genera resentimiento y no acepta la conversión, pero por otra parte conocemos la gloria de Cristo quien acepta la muerte para revertirla y alcanzar la plenitud, como nos dice la Carta a los Filipenses en su famoso himno:
Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»[8].
Nuestro llamado es a adherirnos a esa muerte que da vida, a esa gloria del Padre que se manifiesta en la humildad de Cristo y en su sacrificio. Se trata de que nuestra muerte tenga este significado de victoria, lo cual es sólo posible en Cristo y con él, y que la perspectiva de esa muerte ilumine y fortalezca la vida presente.
Debemos preguntarnos si hemos perdido contacto con esa humildad, con esa muerte y con esa gloria ¿reconocemos de verdad que para el cristiano totalmente entregado a Dios el morir es vivir? ¿Podemos reconocer la gloria de la cruz y la de la humildad? ¿Tenemos los mismos sentimientos de Cristo Jesús? Son preguntas perennes, nunca resultas totalmente, siempre en proceso porque se activan en las experiencias concretas que nos llevan al fondo de nosotros mismos y que se extienden a lo largo de la vida, culminando con la muerte.
Creo que esta relación entre humildad y muerte es lo que está detrás de la exhortación de San Benito a tener la muerte presente ante los ojos todos los días[9] Es nuestra lucha por la felicidad y la libertad en Dios.
P. Plácido Álvarez.
[1] 1 Cor. 15, 54-56: Cuando lo que es corruptible se revista de la incorruptibilidad y lo que es mortal se revista de la inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? Porque lo que provoca la muerte es el pecado…
[2] Gén. 4, 6-8.
[3] Heb. 2,14-15: Y ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, él también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte.
[4] 2 Pd. 2,19-20.
[5] Cf. 1 Tm. 1, 3-4.
[6] Gén. 3, 5.
[7] Gén. 4, 6-8.
[8] Filipenses 2, 5-11.
[9] Regla de San Benito 4, 47.
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