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Foto del escritorMonjes Trapenses

La Encarnación.




16 de agosto de 2020.


La Encarnación es el Misterio central del cristianismo, eso lo sabemos bien, pero es siempre bueno reflexionar sobre ello porque adentrarnos en este Misterio da más sentido, perspectiva y profundidad a nuestra vida y a nuestra contemplación.

En el mundo materialista en el que vivimos lo espiritual tiene poca cabida, y sin conciencia de la realidad espiritual nuestra vida se ve constreñida, falseada, y lógicamente nuestra relación con Dios desaparece, o al menos se debilita seriamente, y se hace además muy difícil de reconocer la realidad de la unión plena de lo espiritual de la divinidad y lo material en la persona de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, con un cuerpo humano verdadero, con un alma y voluntad humanas asumidas en la Persona del Verbo de Dios. Tampoco entonces asumimos nuestra propia humanidad porque marginamos su dimensión espiritual y falseamos la corporal.

Esa dificultad se extiende a la comprensión y vivencia de los sacramentos para los que es fundamental la relación entre lo espiritual y lo material que depende para su más profundo significado de la Encarnación.

Entrar en el Misterio de la Encarnación es entrar en nuestra propia plenitud no sólo porque significa asumir nuestro propio ser espiritual, porque Jesús lo asume y nos reafirma así en lo que somos, sino también porque al reconocer a Cristo y unirnos a él vamos hacia una plenitud que es don absoluto, impredecible, que nos eleva por encima de nosotros mismos, y nuestra relación con Dios se hace así más concreta y entendemos mejor a Dios mismo.

Esta unión de lo humano y lo divino en Cristo, sin confusión de naturalezas, nos permite amarnos a nosotros mismos desde Cristo, con él, con un amor que viene de Dios porque el Padre ama a Cristo y a nosotros en él.

Regreso al tema de los sacramentos. Son un don del Dios que se encarna en Cristo y a través de la materia de su creación nos ponen en el camino de la salvación y de compartir profundamente con él en una vida espiritual intensa.

La razón humana atrapada en el materialismo no puede entrar en el Misterio, no puede aceptar lo que no puede abarcar, dominar y cuantificar, a lo más acepta que existe una línea que señala una realidad más allá de sí misma que no puede ser dominada ni ahora ni nunca, pero se niega a cruzar la línea. Nosotros la cruzamos en la persona de Cristo y la cruzamos en el amor. Y en los sacramentos nos llega el amor de Dios en Cristo que nos reconcilia con él y con nosotros mismos. Es el Reino al que la Encarnación nos abre las puertas.

La vida monástica cisterciense quiere adentrare en el Misterio de Dios, el de su amor, el de su entrega que evoca nuestra propia entrega a él; se requiere fortaleza y el don de la gracia. Sabemos que los padres y las madres cistercienses eran muy dados a meditar sobre la persona de Cristo, su humanidad para a través de ella ascender, o ser ascendidos, a su divinidad.

Para ellos y ellas la línea que separaba lo material de lo espiritual era muy fluctuante; en lo material residía lo espiritual y lo espiritual le daba vida y lo iluminaba, los dos elementos nunca estaban separados para ellos radicados como estaban en la fe en la persona de Jesús y en su resurrección.

Permitamos que el Señor se nos revele en sus sacramentos, en su plenitud, en su realidad de verdadero Dios y verdadero hombre fuente de nuestra vida.

P. Plácido Álvarez.

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