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La entrega en el amor.

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 17 mar 2019
  • 4 Min. de lectura



17 de marzo de 2019.


El tiempo de Cuaresma es particularmente apropiado para meditar a cerca de la caridad que a menudo es traducida al castellano como amor. Y digo traducida porque la palabra latina caritas tiene esa significación; en griego es ágape, una de las palabras griegas que se traduce como amor; es la palabra que aparece en el “himno a la caridad”, o al amor, en la Primera Carta a los Corintios en el capítulo trece[1].

Conocemos bien el himno, cito sólo el comienzo:

Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.

El amor no tiene que ver con el poder, o la capacidad de hacer cosas extraordinarias, sino con la entrega en manos de Dios, lo que a su vez nos pone en manos del hermano; es lo que Cristo hace. Es lo que señala San Pablo en el himno al comienzo de la Carta a los Filipenses, cuando exhorta: tengan un mismo amor[2].O sea, no es cualquier entrega, como por ejemplo a las llamas[3], que pudiéramos hacer en soberbia desafiante, o en desesperación suicida, sino entrega a Dios en una apertura sin límites para hacer su voluntad.

Después regreso a este texto de Primera Corintios trece, pero no quiero pasar adelante sin recordar el famoso texto de la Primera Carta de San Juan: Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él[4]. Y otro texto del Evangelio de San Juan: En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros[5]. El amor nos define como cristianos.

¿Cuáles son las señales de este amor del que nos hablan San Pablo y San Juan? San Pablo es explícito:

El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta[6].

El Señor quiere que este amor resplandezca entre nosotros; que seamos pacientes y serviciales, que sepamos disculpar, creer, esperar, soportar. Esto tiene que ser una búsqueda constante, y es exigente porque supone despojarnos de los propios gustos y calibrar muy bien nuestra visión de la realidad y de nuestro lugar en ella.

Es una búsqueda del bien por el bien en sí mismo; es parte de nuestra búsqueda de Dios, del Dios vivo que nos ha creado y nos ha redimido, Dios que es amor, y sólo podemos permanecer en Él si permanecemos en el amor, en la caridad.

Sin amor no soy nada, nos dice San Pablo[7] en el texto de Primera Corintios. Hay un impulso profundo en nosotros a evitar la aniquilación, evitar ser nada, o ser reducidos a la nada; el temor a la muerte se basa en esto, pero no se trata sólo de la muerte, sino de todo aquello que creemos que nos quita algo, que nos reduce o que nos humilla.

Pero San Pablo nos dice que lo que realmente nos reduce a la nada es la falta de amor, porque el amor es la fuerza fundamental que nos sostiene y nos lleva a la plenitud de la vida, ese es el amor de Dios que debe irradiar entre nosotros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros[8].

Con frecuencia estamos a la defensiva porque tratamos de salvar la propia vida y levantamos barreras entre nosotros, pero el Señor nos dice: El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará[9]. El amor y la humildad son perder la vida para ganarla, y San Benito nos anima insistentemente a esa pérdida que es la ganancia más radical posible.

Todo esto lo resume San Benito en el capítulo 72 sobre el buen celo cuando exhorta: Practiquen pues los monjes este buen celo con la más ardiente caridad; de esto se trata la vida auténtica y la Cuaresma es la invitación para adentrarnos en ella no anteponiendo absolutamente nada a Cristo el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna[10].

P. Plácido Álvarez.

[1] 13, 1-13.

[2] Flp. 2, 2. 5-11.

[3] 13, 3b.

[4] 1 Jn. 4, 16b. En latín el texto es: Deus caritas est et qui manet in caritate in Deo manet et Deus in eo.

[5] Jn. 13, 35.

[6] 1 Cor. 13, 4-7.

[7] 1 Cor. 13, 2.

[8] Jn. 13, 35.

[9] Lc 17, 23. 9, 24. Mt. 8, 35. 16, 25.

[10] Regla de San Benito, 72, 12.

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