La irracionalidad.
- Monjes Trapenses
- 14 oct 2018
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14 de octubre, 2.018.
En las situaciones variadas y complejas que se viven en el mundo hoy en día me parece que puede detectarse un rasgo común que surge como una dinámica altamente negativa: la irracionalidad, e incluso en la vida monástica tenemos que estar atentos para no caer víctimas de esa dinámica.
La fuente de esa dinámica está en el ego, en la persona centrada sobre sí misma, en la “autorreferencia” como dice el Papa Francisco. Además esta dinámica se ve afectada en nuestro tiempo, quizás más que en otros, por las ideologías que inciden para encubrir la negatividad, escondiéndola bajo un manto de valores y razones que en realidad están distorsionados.
La mejor tradición católica, tanto desde el punto de vista espiritual como desde la intelectualidad, se orienta a la búsqueda de la verdad, lo cual exige la aceptación de puntos de referencia que están fuera de nosotros mismos, que exigen coherencia en el pensamiento para discernir la realidad, y que además requieren discreción espiritual, y este proceso no puede prescindir del análisis intelectual regido por la razón.
Esta dinámica nos saca de nosotros mismos y nos hace crecer, nos hace más completos, más abiertos a la realidad, y por lo tanto más humildes. Sabemos que esto es un proceso arduo, San Benito no esconde el hecho.
Cuando el ego domina sin límites, o sin límites suficientes, lo que surge es el caos, porque el ego no es capaz de reconocer orden en un contexto que lo supera del todo; de aquí la necesidad de abrirse a esta realdad mayor para poder ser auténticamente quien se es; la razón, viendo la realidad, debe indicar los límites dentro de los cuales la espiritualidad cobra solidez y sentido.
Las ideologías modernas intentan dar un marco racional al ego ilimitado y cerrado sobre sí mismo, pero ese intento está abocado al fracaso desde su incepción. Las ideologías tratan de justificar racionalmente la supremacía de un ego que lleva a la abolición de toda referencia externa y con ello la razón.
Con el ego el dominio pasa a lo subjetivo, a las emociones en sí mismas de manera que se piensa que es verdad lo que se siente, que es verdad lo que nos dicen las emociones simplemente porque lo dicen. Lo que siento, porque realmente lo siento, es automáticamente una verdad en el ámbito más amplio de la realidad. Entonces fracasa la razón y se hace imposible, o muy difícil, ubicar una verdad que necesariamente está más allá de nuestras emociones. Ante la supremacía del ego hasta los derechos humanos colapsan, aunque se afirme defender esos derechos, porque ellos apuntan a una objetividad no sometida a otros fines.
Este proceso puede darse en cualquier persona y en cualquier comunidad, y es por eso que San Benito insiste en la humildad que nos abre a un mayor y más auténtico conocimiento de nosotros mismos, de la comunidad y de todo el medio que nos rodea. Lo contrario es la soberbia que nos encierra y asfixia.
Cuando la subjetividad y las emociones toman el control entra la irracionalidad y con ella la violencia, ese es el contexto en que estamos viviendo en el mundo y requiere de nosotros profundizar en los equilibrios que nos hacen más humanos y que acercan el Reino de Dios, que es de justicia y paz, y que con la razón modela las emociones y adelanta las que construyen, emociones que acompañan a la caridad.
El monje sabe que la síntesis entre emoción y razón procede del misterio que brota de la realidad más profunda y que ésa se manifiesta en la cruz, que es la forma de la entrega sin reservas en la que se encuentra la humildad y la verdad que transforman el mundo. Aquí la emoción y la razón se elevan a lo divino y el ego se disuelve para que la persona encuentre su auténtica identidad ante Dios. Nuestra vida monástica se inserta de lleno en este proceso que lleva a la vida eterna y transforma el presente personal y social.
P. Plácido Álvarez.
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