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Foto del escritorMonjes Trapenses

La resistencia de Jonás.




6 de septiembre del 2020.

El libro de Jonás, que leímos no hace mucho en el Oficio de Vigilias, nos lleva a meditar acerca de la resistencia que él ofrece, como todos nosotros, al llamado de Dios.

El libro aparece entre los proféticos del Antiguo Testamento, pero su estilo y forma son los de un libro sapiencial, en este aspecto –me parece- está más cercano a Job, o incluso a Tobías o a Ester que figuran como libros históricos sin serlos. Jonás es una narración ideada, ficción literaria, para transmitir una enseñanza, aunque tiene algunos puntos de contacto con el estilo profético, como es la denuncia de la maldad de los ninivitas, hecho éste comprobado en la historia.

El libro en su sencillez es muy profundo, por una parte advierte a los judíos, y quizás también a nosotros, acerca del peligro de encerrarse sobre sí mismos e ignorar cómo Dios se interesa por toda la humanidad y cómo otorga su misericordia a todos, pero también podemos ver en él un paradigma del proceso de conversión personal: llamada, huida, conversión parcial, rebeldía que permanece.

Cada uno de nosotros vive este proceso de alguna manera y es necesario reconocer la resistencia a Dios que permanece, incluso después de una conversión substancial; es por esta resistencia residual que San Benito incluye en la Regla el voto de conversión de vida.

Se trata de una rebeldía que puede descarriarnos en cualquier momento, de ahí la insistencia de San Benito sobre la obediencia. Cuando el libro de Jonás termina no sabemos cuál va a ser su futuro, él no le contesta a Dios que lo llama a la reflexión y le da pautas para ello –Job sí contesta-; no en balde San Benito abre su Regla con la palabra “Escucha”, Jonás no quiere escuchar y a menudo nosotros tampoco, estamos ante un enorme desafío.

¿Cómo se enfrenta este desafío? Yendo a lo profundo. Vemos cómo Jonás necesita pasar por la tormenta, ser arrojado al mar y entrar en el vientre de la bestia para que de él surja un salmo que expresa su conversión[1], que como ya dijimos no va a ser total sino parte de un proceso que en su caso no sabemos cómo termina. Quizás la única manera en que profundizamos en el conocimiento de nosotros mismos es cuando nos hallamos vencidos por la tormenta que ha traído nuestra rebeldía.

Dios nos da una nueva oportunidad y respondemos a Él, pero incluso así continuamos con una idea fija de lo que Dios debe ser y hacer, o sea, no nos hemos sometido completamente. Jonás ha ofrecido una obediencia que a pesar de todo es todavía superficial porque no ha entendido la misericordia de Dios, lo que es más, no ha aceptado el Misterio de Dios que escapa a nuestro control. Algo semejante pasa en el proceso de Job quien sin embargo rectifica al final.

Parte del problema de Jonás es que se mira a sí mismo casi exclusivamente; la salvación de 120.000 personas debía alegrarlo, pero no, porque a él le parece que ha quedado en ridículo, no ve un éxito sino un fracaso. Dios ve un éxito y lo invita a considerar esa realidad, pero él está empecinado en su idea.

¿Cuántas veces no nos sucede esto a nosotros? No vemos lo que Dios ve, no aceptamos lo que Dios nos muestra y lo que nos pide en el fondo, que es ceder a su misterioso e inconmensurable amor hacia todo lo que ha creado.

Hay un núcleo en nosotros que se resiste porque siente que si no lo hace pierde la vida y no escucha la Palabra del Evangelio que dice: El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará[2].

La vida monástica es perder la vida, si no lo entendemos y aceptamos terminaremos maldiciendo porque se secó el ricino que nos cobijaba[3], ricino que indirectamente hemos secado con la propia rebeldía.

La vida está en abrir muy profundamente el propio ser a Dios, está en pedirle que se haga en nosotros su voluntad, consiste en vivir en el misterio de la misericordia de Dios que nos salva y que quiere la salvación de todos; consiste en confiar, en ver lo que Dios ve. Este es el proceso de conversión.

P. Plácido Álvarez.

[1] 2, 1-11. [2] Mateo 10, 39. [3] Cf. Jonás 4, 5-11.

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