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la vida monástica cisterciense

  • Foto del escritor: Monjes Trapenses
    Monjes Trapenses
  • 2 ago 2018
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 4 oct 2018


En la vida monástica cisterciense estamos dedicados a la búsqueda de Dios y el seguimiento de Cristo bajo una regla y un abad, en una comunidad estable, escuela de caridad; esto dicen nuestras constituciones[1] y así resumen así tanto el legado de San Benito como el de los padres cistercienses. En esta escuela del servicio divino[2], escuela de caridad, son fundamentales el culto divino en soledad y silencio, la oración constante y la gozosa penitencia, como dicen las constituciones[3].


¿Qué significa todo esto para nuestro mundo moderno, convulsionado, violento, y desorientado? Es un mundo materialista donde el énfasis en lo social y económico es dominante, sea por las representaciones de un consumismo que vacía la vida de contenido real espiritual, sea por un énfasis en la igualdad y la justicia que ha perdido los parámetros fundamentales de la realidad, lo espiritual, si es que se reconoce, se desvirtúa hasta dar en la búsqueda de un bienestar sicológico que se construye levantando barreras a la realidad de fondo. En este universo fragmentado conceptual y perceptualmente una vida como la nuestra parece carecer de sentido; dicho de otro modo: no hay lugar para nosotros.


Nosotros buscamos en lo espiritual real, que se centra en la creación como ella es: espiritual y material a la vez, personal y social. La búsqueda de Cristo alimenta nuestro contacto coherente y pleno con la creación que somos y en la que estamos insertos, pero esto no es vidente, quizás ni para nosotros mismos, por lo tanto enfrentamos un desafío importante. Por eso debemos plantearnos de la manera más clara posible cuál es el sentido de nuestra vida en el mundo de hoy y es lo que venimos desarrollando.


La oración en tanto que contacto con Dios restituye la relación con la realidad auténtica y transforma lo que vivimos para corregir la deformación y generar la armonía vital que está en nuestro origen. Se trata de restaurar la semejanza de Dios en nosotros, como se diría en la tradición cisterciense, o llegar a ser uno o completo, como se diría en la tradición siríaca del desierto.


Pero la oración no es una abstracción sino un contacto real, como hemos dicho; un contacto que se da en un entorno concreto de relaciones y por lo tanto va restaurando la unidad y armonía de ese entorno, es lo que debe suceder en la comunidad monástica, y en la medida en que la comunidad monástica hace esto ella realiza el mismo proceso en un ámbito más amplio.

Hay otro punto importante: dada la realidad espiritual que es constitutiva de lo humano, la dedicación espiritual de la comunidad monástica trabaja en pro de la humanidad en ese nivel espiritual, que puede o no quedar escondido. En la Venezuela de hoy más y más personas dicen reconocer que el problema principal que nos afecta es espiritual. Desconocer lo espiritual es desintegrar al ser humano y eso afecta a la sociedad; se ve entonces al ser humano aislado en la animalidad, viviéndola en forma más destructiva que los animales, dicho popularmente: nos hacemos más bestiales que los animales.


Vivir y profundizar la espiritualidad es restaurar la humanidad porque la espiritualidad de unos afecta positivamente a todos y no sólo como un fenómeno de comunicación social visible sino en el plano más profundo de la realidad que nos incumbe a todos. Esta es una función importante de buscar a Dios y seguir a Cristo en nuestra forma de vida, es la conversión personal y social que en su significado más profundo es espiritual, no meramente moral; la moralidad sin espiritualidad por lo general degenera en un moralismo al que le falta la flexibilidad necesaria para enfrentar adecuadamente la realidad. No se trata de la ley sino del espíritu capaz de interpretar la ley, o cambiarla si es necesario.


El monje al sanarse, por la gracia de Dios, de sus propias heridas y propios pecados abre el ámbito espiritual que ayuda a todos. La reconstrucción de Venezuela requiere de espiritualidad; la sanación profunda es en espíritu guiada y realizada por el Espíritu de Dios. En medio del caos y la confusión nuestra vida puede parecer inútil o un simple refugio, pero vivida auténticamente es un proceso de restauración escondida pero real. La vivimos entonces animosamente, con todo y la dificultad que ello implica.

25 de junio del 2.017.

[1] Cst. 3, 1.

[2] Regla de San Benito, Prólogo 40, 45 y Cst. 3,2.

[3] Cst. 2.


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Monjes Trapenses Ntra. Sra. de los Andes - Venezuela

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