Llamar, justificar, glorificar.
- Monjes Trapenses
- 15 sept 2019
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15 de septiembre 2019.
Llamar, justificar, glorificar[1]; tres términos que utiliza San Pablo en el capítulo ocho de la Carta a los Romanos para describir el proceso por el cual Dios interviene en la vida de los cristianos y así reproduce en nosotros la imagen de su Hijo[2]. Esto es importante para quienes, como nosotros, la conformación con Cristo es un elemento fundamental en nuestro propósito de vida.
En primer lugar somos llamados, desde la creación podemos decir, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios[3]; Dios nos ha escogido de esta manera: creándonos; también nos ha escogido en Cristo quien ha sido entregado[4] por nosotros, y él se entregó él mismo[5], para que se cumpliera el designio del Padre y fuera el primogénito de muchos hermanos[6].
La llamada supone para nosotros una gran responsabilidad que debe ser asumida en el amor, porque del amor surge y a la plenitud del amor lleva, lleva a la conformación con el amor. Pero el pecado ha intervenido, la justicia ha sido alterada y hace falta una justificación, un regreso a la imagen original que ha sido deformada; es en este punto en el que interviene el sacrificio de Cristo para justificar, para saldar la deuda, como nos dice Pablo en la Carta a los Efesios[7].
La justificación es el segundo paso hacia la conformación, y es también iniciativa de Dios; ella hace posible que la conversión sea parte del camino de nuestra salvación, sin ella no es posible. En el fondo es algo que toca profundamente a la persona, y a ello tenemos acceso por el bautismo.
Entramos aquí en el ámbito de la fe que se basa en el conocimiento de la persona de Cristo, que a su vez es impulsada por la conciencia de la propia necesidad. La justificación es un don que emana de la cruz, pero si no reconocemos de nuestro pecado no le permitimos ejercer su influjo sobre nosotros. Los monjes podemos reconocer en este proceso la humildad. No ascendemos sin humildad, nos dice San Benito[8], ésta es el preámbulo a la gloria; en la medida de la humildad nos conformamos a Cristo.
La glorificación se produce como don absorbido en el proceso de conversión, por utilizar el vocabulario monástico de la Regla. Cuando nos conformamos con Cristo, cuando reproducimos la imagen del Hijo, se manifiesta en nosotros su gloria[9]. Entonces estaremos impregnados de tal manera en el amor de Cristo –porque de esto se trata- que en todo momento y lugar lo manifestaremos[10], como nos dice San Benito. En la espera de la glorificación estamos imbuidos en la esperanza y la caridad, es una espera llena de amor que nos va transformando y dando a experimentar progresivamente lo que Dios ha preparado para nosotros.
Haciendo eco a San Pablo: Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo… Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman…Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios[11].
La vida monástica se desenvuelve en este marco, con estas metas. Hemos sido llamados, justificados y seremos glorificados, incluso en el presente, dependiendo de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.
P. Plácido Álvarez.
[1] 8, 30.
[2] 8, 29.
[3] Génesis 1, 27.
[4] Cf. Romanos 4, 25.
[5] Efesios 5, 2.
[6] 8, 29.
[7] Efesios 2, 14.
[8] Regla de Sn Benito: 7, 5-6.
[9] Cf. 2 Corintios 3, 10. 18.
[10] Regla de San Benito: 7, 67. 70.
[11] 1 Corintios 2, 7.9-10.
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