Lucha, contemplación y alegría.
- Monjes Trapenses
- 7 jul 2019
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7 de julio del 2.019.
El enfrentamiento con el mal es un elemento muy significativo en nuestra vida. Esto puede sonar extremo y pesimista, pero si queremos vivir la vida de Cristo tenemos que reconocer que mucho de lo que él dijo e hizo se trataba de este enfrentamiento. Evidentemente su muerte en la cruz era eso: un enfrentamiento en el que él “pierde” para ganar nuestra liberación en su propia persona con la resurrección.
Desde la resurrección no hay pesimismo en esa lucha aunque sí la dificultad de una entrega radical en la adversidad. El mal nos rodea y nos hostiga, tanto desde dentro de nosotros mismos como desde fuera. Esto que sentimos a veces con mucha fuerza nos empuja al pesimismo, que es precisamente la intención del maligno, pero esto ya lo sabemos y también sabemos que es en esa lucha que se fortalece nuestra fe y nuestra esperanza; por esto San Pablo nos dice:
Nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado[1].
O como dice el apóstol Santiago:
Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada[2].
El Apóstol Pedro por su parte dice:
Ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación[3].
Lo que a veces es objetivamente un mal se convierte en la oportunidad de nuestra transformación en Cristo, ocasión de purificación para que se vaya revelando nuestra semejanza a Dios en nuestra conformación con el Señor.
Si bien se nos presentan muchos desafíos no por eso debemos perder la perspectiva de las maravillas que Dios hace, no por eso debemos abandonar la contemplación de su presencia entre nosotros y de las maravillas de la creación.
A menudo nos dejamos atrapar por la “burbuja” del sufrimiento personal o por la distorsión que genera el mal en el mundo, y dejamos de lado la contemplación de la realidad más profunda. Somos un milagro y se nos olvida; cada detalle del cuerpo humano es un milagro es, por así decirlo, una máquina asombrosa, inmensamente complicada y maravillosa. La sociedad humana misma es un “tejido” espectacular que a pesar del mal se desarrolla hacia su plenitud, como nos indica la Revelación, particularmente el Apocalipsis.
El universo todo, que no alcanzamos a comprender en su inmensidad y complejidad, puede también ser objeto de nuestra contemplación, contemplación de su belleza y de lo que nos revela de su Creador. Por eso San Pablo nos dice:
Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos (los paganos): Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles –su poder eterno y su divinidad– se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras[4].
Estamos llamados a vivir en una esperanza contemplativa que nos permite ver la realidad más profunda de la obra de Dios en el presente y la realidad de su presencia en ella, pero también en ese presente contemplando el origen y la consumación. No hay cabida para el pesimismo que genera el encierro en la burbuja de una visión humanamente limitada a la superficie de las cosas y los eventos.
Entonces, aunque no estemos exentos de sufrimientos nuestra vida debe ser de alabanzas y acción de gracias. Recordamos lo que nos dice San Pablo:
No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús[5].
Nuestra vida monástica se debe mover en este ambiente tan propio a la vida contemplativa, y en ella debe hacer eco la exhortación de San Pablo: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense[6]. Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración[7].
P. Plácido Álvarez.
[1] Rm. 5, 3-15.
[2] Stgo. 1, 2-4.
[3] 1 Pedro 1, 6-9.
[4] Rm. 1, 19-20b.
[5] Flp. 4, 6-7.
[6] Flp. 4,4.
[7] Rm. 12, 12.
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